TERCER DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA

 

 

«Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno de ustedes es un miembro con su función particular.«

(1 Corintios 12:27)

 

SERMÓN – DOMINGO 23/01/2022

LA IGLESIA ES EL CUERPO DE CRISTO

 

 

Introducción

Queridos hermanos y hermanas.

Quisiera comenzar con una frase que está en Hechos 2:44 “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas.”

Nadie ha sido llamado por Dios para estar solo. Nadie ha sido creado para vivir aislado de los demás. Durante estos dos años de pandemia muchos de ustedes han tenido que hacer frente a las dificultades encerrados en casa, y nos hemos visto solamente a través de las redes sociales, pero incluso ha habido personas que han enfrentado este tiempo totalmente solas porque no tenían acceso a las redes ni nadie que pudiera ayudarles.

Cuando cada semana nos reunimos en la célula y en el grupo de oración de los miércoles una frase que muchas hermanas y hermanos mencionan es que esperan con mucha ansia el día y la hora de poder reunirse con los demás hermanos y hermanas aunque sea a través del Google Meet. Sentimos la necesidad de congregarnos, es decir, estar juntos, compartir nuestros problemas, nuestras ilusiones y alegrías, nuestras lágrimas, de hablar con otras personas y de ser escuchados.

Todo esto lo podríamos hacer en un club. Podríamos encontrarnos con los amigos en el Zoom y contarles nuestras cosas como si estuviéramos en un club sentados a la mesa para jugar a las cartas o tomar café. Pero entonces, ¿qué hace la diferencia entre congregar con tus hermanos y hermanas en la fe, y encontrarte con amigos en un club?

Hay algo que marca una clara diferencia. Cuando nos encontramos semana a semana, ya sea aquí en el templo el domingo, o durante la semana en las células y grupos de oración a través de las redes, no se trata de hablar trivialidades como haríamos en un club sino que se trata de compartir la vida y una de las facetas más profundas de la vida humana: la espiritualidad, la fe.

Así que cuando nos congregamos, queridos hermanos y hermanas, compartimos alegrías y esperanzas, y oramos unos por otros, intercedemos por quienes están ausentes, recordamos a los enfermos, nos organizamos para ayudar a los necesitados, y compartimos las mutuas cargas y las mutuas alegrías, todo esto porque hay algo que nos da un sentido de pertenencia, hay algo que nos hace sentirnos realmente en familia cuando congregamos, hay algo que nos impulsa llamar a la otra persona “mi hermano, mi hermana”, y ese algo es que juntos formamos iglesia, un cuerpo, una comunidad, cuyo vínculo es el amor mutuo. Por eso muchos de ustedes esperan con tanta alegría que llegue el domingo, o el miércoles, o el viernes, o el sábado (si eres de los jóvenes que asisten al grupo de Jóvenes Cristo Rey o a la orquestina), porque no hemos sido creados para estar solos ni para vivir vidas aisladas, sino para estar en comunión con los demás. Eso solo es posible siendo parte del cuerpo que es la Iglesia.

Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas.”

 

 

  1. El Espíritu Santo nos convoca.

Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo es que tú has llegado a formar parte de esta familia de fe? ¿Te has puesto a pensar en ello? ¿Qué ha movido tu vida hasta que hoy estés aquí?

El Espíritu Santo es quien nos convoca, es Él quien nos llama, es Él quien despertó un día la fe en ti, y ¿cómo lo hizo? Puedes examinar tu propio camino: quizá te hizo sentir un enorme deseo de Dios, o quizá Él fue como una luz que de pronto irrumpió en tu vida en el momento en que más perdido te sentías, hay tantas formas en que el Espíritu Santo nos llama como personas somos en el mundo porque a cada uno llama el Espíritu según sus propias experiencias y su propio caminar.

Lo primero que obra el Espíritu en nosotros es mostrarnos nuestros pecados para llevarnos a un sincero arrepentimiento, ¿no lo has sentido alguna vez en tu vida?, y entonces, suscita una sed de Dios en nosotros, una sed que nos hace buscar incansablemente, algunos han buscado durante años tanteando entre diversa formas de espiritualidad o religiones, otros sienten esa sed pero les da temor dejarlo todo y lanzarse hacia ese Dios del cual tiene sed nuestra alma, como dice el salmo 42: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo ¿Cuándo estaré delante de Ti?”, hasta que finalmente la Gracia de Dios nos vence, vence nuestros temores, vence nuestros propios obstáculos, y nos arrojamos hacia Dios, y entonces caemos hacia arriba cuando saltamos desde nuestro antiguo modo de vivir para ser recibidos en los brazos de Dios.

¿Recuerdas tú cómo es que has caído hacia arriba? ¿Cómo es que has dejado tu pasado para abrazarte al Dios que te ama y que ya no mira tu pasado porque tiene puesta su mirada en tu futuro? Si es así, quizá recordándolo puedas hacer tuyas estas palabras de Agustín: “Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseo con ansia la paz que procede de ti.

Es ahí donde a través de los medios de la Gracia, es decir: la Palabra de Dios y los sacramentos, el Espíritu despierta y fortalece la fe en nosotros y nos convierte en miembros de la Iglesia, fíjense lo que dice Efesios 2:19-22 “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.”

El Espíritu Santo te ha convocado, te ha perdonado, despertó en ti la fe, te ha hecho renacer a una vida nueva, te fortaleció con su gracia y ahora te hace miembro de la familia de Dios para quien ya no eres extraño, ni extranjero ni advenedizo, sino conciudadano del cielo.

 

 

  1. ¿Qué es la Iglesia?

Eres miembro de la Iglesia. ¿Qué cosa es la Iglesia? La Iglesia no es el templo donde adoramos a Dios y nos congregamos, la Iglesia no es una jerarquía ni son la Iglesia los clérigos o sacerdotes, la Iglesia no es una denominación específica, la Iglesia es la comunidad de todas las personas a quienes el Espíritu ha unido por la fe y que, en cualquier parte del mundo, de toda cultura o lengua, creen en Cristo y conforman su Cuerpo. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Esa comunidad de fieles en que, a pesar de las diferencias humanas, somos hermanos y hermanas por la fe, es lo que llamamos también tradicionalmente Iglesia Católica, en cuanto que “Católico” significa en griego “Universal”, porque la Iglesia como Cuerpo de Cristo es universal, está en todas partes aunque no necesariamente de manera visible. La Iglesia es universal, así lo afirmamos en el credo: “Creo en una santa iglesia universal (católica)” y también decimos “Creo en la Iglesia que es una, santa, universal (católica) y apostólica”, son las cuatro características inconfundibles de la Iglesia.

Una, porque uno solo es el cuerpo cuya cabeza es Cristo, como dice Efesios 5:23 “Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador.

Santa, porque, aunque todos somos y seguiremos siendo pecadores por naturaleza, Dios no deja de perdonarnos y santificarnos con su Gracia; Él “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.” (Colosenses 1:13-14) Por eso en el pasado a los cristianos y cristianas se les llamaba “santos”, y por eso a esa unión que hay entre todos nosotros la llamamos “comunión de los santos”.

Apostólica, porque se fundamenta sobre el testimonio de los Apóstoles quienes fueron testigos de las enseñanzas de Jesús, de su pasión y resurrección, y ese testimonio está plasmado en las Sagradas Escrituras.

 

 

  1. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo.

En la epístola del apóstol Pablo que hemos leído se nos dice que “fuimos bautizados para formar un solo cuerpo por medio de un solo Espíritu” (1 Corintios 12:13). En primer lugar, el apóstol dice que ya no existen diferencias humanas entre nosotros, lo que él llamaba judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer, que es lo que llamaríamos hoy extranjero o nativo, rico o pobre, y todavía hombre o mujer; usualmente en el lenguaje bíblico cuando se exponen dos polos opuestos se quiere expresar con eso una totalidad, así cuando en el salmo 148:12 dice “alaben al Señor los jóvenes y las doncellas, los niños y los ancianos” en realidad está queriendo decir gente de toda edad y condición alaben a Dios; asimismo cuando el Génesis 1:27 menciona que “al principio los creó Dios varón y mujer” quiere dar a entender, más allá de que Dios creó dos géneros, que Dios creó todo el género humano. De la misma manera, al decir Pablo que no hay diferencia entre judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer, intenta decirnos que ahora que somos miembros del Cuerpo de Cristo ya no hay lugar para esas diferencias que generan discriminación, porque los miembros del cuerpo no se discriminan entre sí sino que funcionan en armonía, nadie tiene una parte de su cuerpo que sea extraña, de hecho el organismo reconoce los cuerpos extraños y los expulsa, nadie tiene un hígado extranjero ni un corazón advenedizo, sino que todos sus órganos están en armonía y juntos dan salud al cuerpo. Así, en el Cuerpo que es la Iglesia todos y cada uno de nosotros somos miembros, somos comunidad, y juntos funcionamos mejor si nuestra cabeza es Cristo.

Así como el cuerpo humano tiene el alma que da vida y cohesión, así el Espíritu Santo mantiene viva a la Iglesia y cohesionados a sus miembros.

Y esa cohesión que nos da el Espíritu es lo que hace que nos preocupemos los unos por los otros, que oremos mutuamente y nos apoyemos. Eso nos hace ser uno en el mismo cuerpo. Y así como el ojo no le dice a la mano “no te necesito”, no podemos prescindir de nuestros hermanos y hermanas, sino que, de la misma manera que a los miembros más delicados del cuerpo, o los miembros enfermos, o débiles, más se los cuida, y cuando duelen todo el cuerpo nos duele, así pasa con la Iglesia, a los más necesitados los socorremos entre todos, a los enfermos, a los débiles, a los solitarios, porque somos un solo cuerpo, no vivimos aislados y nadie nunca está solo.

 

 

  1. Cada miembro tiene su función.

Así que somos miembros de este cuerpo glorioso de Cristo que es la Iglesia, pero así como en el cuerpo humano cada miembro tiene su función, así pasa con la Iglesia, cada uno tiene una función.

En primer lugar, a todos Dios les ha dado dones, talentos, carismas y capacidades, y esos regalos de Dios no son para esconderlos como hizo aquel que escondió los talentos por pereza (Mateo 25:24-26) ni para provecho propio sino para ponerlos al servicio de la comunidad, para el bien común (1 Corintios 12:7), cada uno de nosotros tiene una función particular y un propósito. Ninguno está aquí por azar ni por casualidad sino que todos hemos sido convocados y aunados por el Espíritu porque Dios tiene un propósito para nuestras vidas.

El apóstol Pablo decía que hay muchas y muy creativas maneras por las que Dios nos llama y nos da una función en la Iglesia, él dice: unos son apóstoles, otros profetas, otros maestros, otros hacen milagros, otros ayudan, o dirigen, o hablan en lenguas (1 Corintios 12:28). Efectivamente, en la Iglesia unos dirigen, otros administran, otros ejercen la diaconía, otros contribuyen con sus oraciones o sus ofrendas, otros predican, otros aconsejan o visitan a enfermos o enseñan a los que no saben. Hay muchas funciones dentro de la Iglesia y todos estamos llamados a ejercerlas con responsabilidad, para eso Dios nos capacita, pues a quien llama lo capacita para la misión, y espera de ti y de mí que cada uno realice su función pertinentemente.

Si en el cuerpo humano un miembro deja de cumplir su función inmediatamente enfermamos, y si es un miembro importante el problema es peor. Pasa lo mismo con el cuerpo que es la Iglesia: desde los más pequeños hasta los que tienen mayor responsabilidad frente a los demás están llamados a cumplir su misión, a fructificar sus dones, a ejercer sus talentos y capacidades para el bien de la comunidad.

 

 

  1. Tu propio llamado.

Tú, querida hermana, querido hermano, has sido llamado por el Espíritu para formar parte de esta familia de fe que es la Iglesia, y ser un miembro del Cuerpo de Cristo. Dios te ha traído hasta aquí con un propósito y te ha dotado de talentos que a lo mejor aún ni conoces, y puede capacitarte para ejercerlos.

Te pregunto ¿cuál es tu función en este cuerpo que es la Iglesia? Seas un miembro grande o uno pequeño, tengas una gran responsabilidad o una pequeña, ¿a qué te está llamando Dios hoy como miembro de la Iglesia? ¿Realizas tu función? ¿Te entusiasma ser parte de esto o acaso ya has perdido el ánimo y te venció el desaliento?

Tengo una buena noticia:

Si no sabes cuál es tu función o cuáles son tus dones, aún no es tarde para descubrirlos; quizá han permanecido ocultos porque Dios tiene un plan especial para ti y es tiempo de descubrirlos. Pide ayuda al Espíritu Santo para que te muestre cuáles son.

Si crees que Dios te está llamando a algo más en la Iglesia, y no me refiero solo a Cristo Rey sino a toda la cristiandad en general, pide al Espíritu discernimiento y lánzate con confianza a ese llamado y confía en Él que capacitó a Abraham, a Moisés, a Elías y a los apóstoles aunque ninguno de ellos se sentía capaz de realizar su misión, pero lo lograron porque era Dios quien los capacitaba y actuaba en ellos, como dice el profeta Isaías 26:12 “Señor, tú nos das la paz porque todas nuestras tareas las realizas tú”.

Si has perdido el ánimo o sientes que te ha ganado el desaliento, clama al Espíritu que reavive tus huesos secos y te vuelva a poner en pie, Él es capaz de despertar en ti ese primer amor que sentiste por Dios y que quizá hayas ido apagando por las preocupaciones; no te des por vencido(a) sino clama a Él porque puede darte un corazón ardiente y entusiasta por Él.

Para concluir, a todos (yo también me incluyo) nos digo lo mismo que dijo el apóstol en Efesios 4:1-6 “Les suplico que lleven una vida digna del llamado que han recibido de Dios, porque en verdad han sido llamados. Sean siempre humildes y amables. Sean pacientes unos con otros y tolérense las faltas por amor. Hagan todo lo posible por mantenerse unidos en el Espíritu y enlazados mediante la paz. Pues hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, tal como ustedes fueron llamados a una misma esperanza gloriosa para el futuro. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, quien está sobre todos, en todos y vive por medio de todos.

 

+ Rev. Gustavo Martínez S.

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