QUINTO DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA

 

 

«Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí.«

(1 Corintios 15:10)

 

SERMÓN – DOMINGO 06/02/2022

LA SOLA GRACIA NOS TRANSFORMA

 

Introducción

Queridos hermanos y hermanas.

Quisiera contarles una historia que quizá algunos de ustedes ya hayan escuchado en algún momento, se trata de la historia de un hombre que pasó de ser un rebelde y ateo a ser un cristiano restaurado por la gracia de Dios que dedicó su vida a predicar sobre la obra de Cristo en nosotros. ¿Saben quién era él? Su nombre era John Newton.

John Newton vivió en el siglo XVIII, su madre murió cuando él tenía siete años, pero desde muy pequeño ella había intentado que la Palabra de Dios quedara en su memoria. Su padre soñaba con que su hijo se dedicara a los negocios, cuando él tenía 11 años su padre lo llevó consigo en sus viajes mercantiles por mar y luego lo envió a trabajar en las plantaciones de azúcar de Jamaica, pero nuestro amigo Newton era bastante rebelde, se escapó y tomó un barco hacia el Mediterráneo con la idea de hospedarse con amigos. Esto nos recuerda un poco la historia del hijo pródigo que se va de la casa en un acto de rebeldía e intenta hacer las cosas a su manera, pero le salen mal y, efectivamente, el plan de Newton salió mal porque en una de aquellas levas que se hacían en la época nuestro joven fue reclutado a la fuerza y obligado a embarcarse en la Marina Real. Allí logró ascender hasta ser Guardiamarina, pero su mal carácter, su terquedad y la renuencia a obedecer a sus superiores le trajeron muchos problemas; años más tarde, cuando Newton era viejo, recordaba su conducta en la Marina Real y decía que su actitud era exactamente como la descrita en Romanos 3:13 “Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engaña. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura”. ¡Era un joven terrible!

Finalmente, por su pésimo comportamiento se ganó el rechazo de toda la tripulación. En una ocasión el capitán tuvo que castigarlo atándolo al palo mayor, lo desnudaron y lo azotaron ante las burlas de los demás marinos, esto, mezclado con su mal carácter, hizo que Newton se llenara de amargura y rencor; finalmente lo abandonaron en una playa en África occidental, donde un traficante de esclavos lo llevó a su casa y lo convirtió en esclavo. Allí recibió muy malos tratos de parte de la esposa del traficante, comía muy poco y mal a tal punto de que se fue haciendo cada vez más delgado y demacrado, incluso los demás esclavos se apiadaron de él; Newton dijo que llegó a estar tan débil que en una ocasión fue incapaz de levantar el plato con las sobras que le ofrecían, pero su corazón seguía siendo rebelde y aún estaba lleno de rencor. Dice Jeremías 17:9 “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” Es sorprendente cómo algunas personas pueden estar deshechas por fuera y sin embargo aún conserva fuerzas en el corazón para odiar o ser rencorosos, pero también hay quienes, aunque están débiles por fuera, les mantiene en vida la fuerza el pulso vital de un corazón que todavía quiere amar y ser generoso.

Cuatro años pasó Newton como esclavo hasta que finalmente fue rescatado por un barco a cuyo capitán la familia de Newton había pagado para que lo trajera de regreso a Inglaterra. Pero, la historia no termina allí.

Una noche, durante el viaje de regreso, una gran tormenta abatió el barco, las olas eran altísimas y el barco parecía de papel ante ellas, de pronto se corrió la noticia: ¡El barco se llenaba de agua y estaba a punto de hundirse! Newton estaba tan asustado que se arrodilló e intentó recordar alguna plegaria, pero no podía acordarse de ninguna, sin embargo, vinieron a su mente (como un auxilio) las citas y frases de la Biblia que su madre le recitaba cuando era niño con la intención de que las memorizara. ¡Qué importante es que desde pequeños los niños sean llevados por sus padres a Jesús!

Newton clamaba a Dios en medio de su angustia “¿Cómo puede haber misericordia para un hombre como yo? ¿Cómo podrás perdonar y salvar de la catástrofe a un hombre que siempre rechazó a Dios y se inclinó a la maldad?” Entonces recordó la frase: “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, pero son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.” (Romanos 3:23-24) John Newton sintió entonces una inmensa paz y el temor desapareció, él mismo dijo: “La poderosa mano de Dios finalmente me había alcanzado. Estaba en la necesidad de un Salvador Todopoderoso y fue ese Salvador a quien encontré descrito en el Nuevo Testamento. El Señor había obrado milagrosamente: Ya no era ateo. Renuncié de corazón a lo profano. Había sido tocado por el sentimiento de una misericordia que no merecía al haber sido librado de tantos peligros. Estaba arrepentido por mi vida pasada desperdiciada y había sido transformado. Fui librado del hábito de la blasfemia, que parecía estar tan arraigado en mí, casi como una segunda naturaleza. Desde donde lo vieran, era un hombre nuevo”. Recordemos las palabras del apóstol Pablo “El que está en Cristo es una criatura nueva, lo viejo ha pasado” (2 Corintios 5:17)

De regreso a su tierra, intentó salir adelante, se dedicó a leer con atención la Biblia y otros libros de piedad. Al poco tiempo lo solicitaron como capitán de un barco que transportaba esclavos, algo que en su época era muy normal, e incluso muchas personas importantes, filósofos y no pocos clérigos se dedicaban al negocio de esclavos o tenían esclavos (por ejemplo, George Berkeley). Pero gracias a su crecimiento espiritual comprendió la barbarie del comercio de esclavos y decidió dedicar su vida a luchar en contra de la esclavitud como (lo que llamaríamos hoy) un activista del abolicionismo. Más tarde fue ordenado sacerdote de la iglesia de Inglaterra y sirvió como párroco muchos años, escribió himnos, el más conocido mundialmente es Amazing Grace (Sublime Gracia), y sus sermones eran tan populares que la congregación tuvo que ampliar el salón donde predicaba para que cupieran más personas.

Al final de su vida, ya mayor, John Newton dijo: “Mi memoria se está perdiendo, pero hay dos cosas que recuerdo: que soy un gran pecador, y que Cristo es un Gran Salvador”.

Así como Dios tocó el corazón de John Newton y lo transformó por completo de un hombre rebelde y rencoroso en un predicador de la Gracia de Dios (¡Quién iba a imaginar que ese marinero malhablado llegaría a ser un pastor y escritor de himnos!) así Dios ha tocado los corazones de muchas otras personas a lo largo de la historia y sigue tocando corazones hoy día. Fíjense hermanas y hermanos cómo Dios es capaz de transformar vidas, de darles un giro completo y hacer que personas de quienes nadie esperaría nada mejor puedan superar toda expectativa; esto es porque, aunque nosotros somos mezquinos Dios no se da por vencido nunca con nadie, para Dios ninguna persona es una causa perdida y nadie está tan alejado de Dios que su Gracia no le pueda alcanzar y Dios pueda volver a esa persona hacia Él. Recuerden lo que dice el salmo 139: 8-12 “¿A dónde podría ir, lejos de tu espíritu? ¿A dónde huiría, lejos de tu presencia? Si yo subiera a las alturas de los cielos, allí estás tú; y si bajara a las profundidades de la tierra, también estás allí; si levantara el vuelo hacia el oriente, o habitara en los límites del mar occidental, aun allí me alcanzaría tu mano; ¡tu mano derecha no me soltaría! Si pensara esconderme en la oscuridad, o que se convirtiera en noche la luz que me rodea, la oscuridad no me ocultaría de ti, y la noche sería tan brillante como el día. ¡La oscuridad y la luz son lo mismo para ti!

Pensemos en los testimonios que ya todos conocen: Pedro era un burdo pescador, tenía lo que llamamos un “carácter atravesado”, era valentón pero a la hora de la verdad se echaba atrás. Pablo era un furioso fariseo que llevado por el fanatismo arrastraba a los cristianos a la cárcel y aplaudió la muerte del diácono Esteban. Isaías, de quien hemos oído hace un momento, dijo que tenía labios impuros; Moisés era tartamudo (Éxodo 4:10); Abraham era un anciano y Samuel y Timoteo demasiado jóvenes; Santiago y Juan tenían tan mal carácter que Jesús los llamó “Hijos del trueno” (Marcos 3:17), Agustín era lascivo, Francisco de Asís era vanidoso, nuestro hermano Martín Lutero tenía terribles escrúpulos de conciencia y Calvino era muy rígido, ¡Y sin embargo! Dios obró en cada uno de ellos, los transformó y de sus respectivas debilidades sacó increíbles fortalezas y capacidades para que pudieran realizar el plan que Dios tenía para cada uno, el propósito con el cual Dios los había llamado, y todo lo bueno que hicieron lo lograron porque Dios los hizo criaturas nuevas, les cambió la vida ¡Gratis! ¡Sin que ellos lo merecieran! Como dijo el apóstol “No yo, sino la Gracia de Dios en mí” (1 Corintios 15:10). Esto nos da a nosotros una enorme esperanza, Dios quiere y puede obrar en nuestras vidas, en tu vida y en la vida de la Iglesia, sin importar qué tan turbio sea tu pasado, sin importar cuáles sean tus limitaciones personales. A quienes llama Dios los capacita y los colma con su Gracia para que puedan cumplir su misión. “Todo santo tiene un pasado – dijo Oscar Wilde – y todo pecador tiene un futuro.”

Vamos ahora a comprender mejor cómo actúa la Gracia de Dios en nosotros los creyentes, y para eso les ruego que presten mucha atención, pues intentaremos responder a cuatro preguntas, ¿Qué es la Gracia? ¿Cómo opera la Gracia? ¿Dónde la obtenemos? y ¿Cómo la vivimos?

 

  1. ¿Qué es la Gracia de Dios?

La pregunta que surge de esta Palabra de Dios que hemos escuchado es ¿Qué es la Gracia? El salmo 14 dice que “No hay nadie que sea justo, nadie que obre el bien” y Romanos 3:20 enseña que por las obras de la Ley ningún ser humano puede declararse justo y bueno ante Dios, esto es, nadie puede por su propio mérito y esfuerzo estar delante de Dios y demostrar que es bueno y santo; nadie puede tener mérito suficiente para decir por sí mismo que es santo y justo; de la misma manera ninguna persona podría comprar su justificación ni hacer nada para ganársela. En Génesis 8:21 se dice que “el corazón humano es egoísta desde la niñez”, en efecto, somos por naturaleza egoístas, soberbios y rebeldes, en una palabra, somos todos pecadores; por eso no podríamos presentarnos ante Dios esgrimiendo algún tipo de mérito o de justicia. Muchas religiones intentan ayudar al ser humano a superar esa condición a través de prácticas, ejercicios de piedad, ayunos y ascesis o mortificación, incluso en el mismo cristianismo algunos se equivocaron cuando creyeron que podían ganar méritos de santidad ante Dios con sus ayunos, o con muchas oraciones o haciéndose monjes, pero con todo eso nadie puede justificarse a sí mismo porque “No hay nadie que sea justo, nadie que obre el bien”; sin embargo, la Buena Noticia es que en realidad no necesitamos hacer ningún tipo de obras para comprar la santidad, y esto es algo que quisiera que ustedes comprendieran bien:

En 1 Timoteo 2:4 se dice que Dios quiere que “todos los seres humanos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” y de igual forma en 2 Pedro 3:9 se enseña que “Dios es paciente y no quiere que nadie se pierda”; ese amor de Dios por los seres humanos y su deseo de que nadie se condene, sino que todos tengan acceso a la salvación (a pesar de que no la merecemos) se ha manifestado en Cristo, en Él “Dios estaba reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los seres humanos sus pecados” (2 Corintios 5:19), de modo que lo que no podemos lograr por nosotros mismos Él nos lo concede gratuitamente, sin que lo merezcamos, de puro amor “para alabanza de la gloria de su gracia, con las cual nos ha agraciado en Cristo Jesús” (Efesios 1:6). Dios es gratuidad, de ahí viene la Gracia, ese auxilio de Dios que recibimos gratis y que, a pesar de ser nosotros pecadores, nos permite presentarnos ante Dios porque orienta nuestros corazones a Él, cubre nuestros pecados y nos capacita para caminar en sus senderos.

 

  1. ¿Cómo opera la Gracia?

La primera acción de la gracia es el perdón de Dios. Cuando escuchamos la historia de John Newton recordamos que durante la tormenta en el mar él tuvo miedo y se preguntó ¿Cómo Dios puede tener misericordia y perdonar a un hombre tan malo como yo? Desde el punto de vista humano sería imposible pagar a Dios por nuestros pecados, pero lo que es imposible para nosotros lo ha hecho posible Él al enviar a su Hijo quien satisfizo y pagó toda la deuda de la humanidad para siempre.  “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia” (Romanos 3:23-24). Imaginen, hermanas y hermanos, por un momento lo siguiente: Tienes una deuda enorme que pagar, el banco amenaza con quitarte la casa y todos tus bienes si no saldas tu deuda, esto es algo muy real, mucha gente hoy día no duerme de noche a causa de esto, y cuando crees que ya todo está perdido de pronto un amigo que te estima mucho te extiende un cheque y paga toda aquella inmensa deuda y, lo más impresionante, no pide nada a cambio, no le quedas debiendo nada (eso nos asustaría), no desea que hagas otra sino aceptar esa generosidad. Ahora otro ejemplo: Alguien ha cometido un delito terrible y merece ir a la cárcel de por vida, sin embargo y, aunque parezca imposible, una persona que realmente ama a ese delincuente consigue que el juez le impute todo el castigo con tal de que éste quede libre. Dice Romanos 5: 6-7 “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” He ahí la primera acción de la gracia, el perdón absoluto de todas tus culpas, de todo tu egoísmo, de toda tu maldad ¡Gratis! Lo único que exige de ti es que lo aceptes y vivas cada día en el perdón que Dios te ha obsequiado en Cristo.

Cuando entendemos que Dios es más grande que nuestra miseria y su misericordia es más profunda que nuestra capacidad para pecar, y que además nos ofrece el perdón gratuito, entonces nos sentimos inmensamente consolados, y esta es, hermanas y hermanos, una gracia. “Por gracia – es decir, gratuitamente – sois salvos” dice Efesios 2:8.

 

Pero, además de reconciliarnos con Dios, su gracia nos capacita.

Quisiera que ahora pensemos un momento en Moisés. La misión que Dios le dio realmente era enorme, una gran responsabilidad. Moisés no era un santo ni un hombre excepcionalmente piadoso, si hacemos periodismo de investigación saldría a la luz que este hombre que habló con Dios en el desierto era un homicida, había asesinado a un egipcio y ocultó el cadáver (Éxodo 2: 11-12), no estaba en el desierto de vacaciones ¡Era un prófugo! Y fíjense bien en que a este hombre por quien nadie daría nada Dios lo eligió para ser líder de su pueblo y llevar la enorme responsabilidad de guiar a Israel hacia la liberación, nuevamente ¡Dios no mira tu pasado, mira tu hoy, tu presente, y actúa en ti a pesar de ti mismo!

Moisés se aterró al escuchar su misión, realmente se sentía indigno, y alegó su tartamudez, pero, escuchen lo que Dios le respondió (Éxodo 4: 10-11):

Entonces dijo Moisés al Señor: ¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua. Y Jehová le respondió: ¿Quién te dio la boca? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo, el Señor? Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar.

Cuando Dios nos llama para una misión Él nos da su gracia y nos capacita. Capacitó a Moisés para enfrentarse cara a cara con el faraón a pesar de que Moisés era tartamudo. Capacitó a los profetas para ser testigos de Dios a pesar de que ninguno de ellos por sí mismo podría haberlo hecho solo pero esa gracia los empujaba a hablar y los hacía capaces de trabajar sin descanso, por eso decía el profeta Jeremías “Tus palabras son como un fuego en mi interior… Pero el Señor está conmigo” (Jeremías 20: 9.11)

Y finalmente, para no alargar los ejemplos, capacitó a los apóstoles que antes de recibir el Espíritu Santo estaban asustados y escondidos, todos ellos hombres toscos y sin letras, pero cuando el Espíritu los llenó los capacitó para salir a la calle y gritar a los cuatro vientos la Buena Noticia sin temor a la persecución. ¡Dios los llamó y los capacitó!

 

  1. ¿Dónde la obtenemos?

Si todo esto te entusiasma quizá te preguntas “y yo, ¿cómo puedo recibir esa gracia? Quiero trabajar para Dios y ser testigo y buena noticia, quiero servir a mi prójimo, quiero ser discípulo fiel de Jesús, amigo y hermano”; y te responde el apóstol Pablo en Efesios 2: 8-10 “por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” Como ya he mencionado hace un rato, no podemos comprar esta gracia, es gratis, tampoco la merecemos, sino que la recibimos como don de Dios quien solo pide de ti la fe, esto es: la confianza absoluta en Él, en sus promesas y en su acción en tu vida. Por eso dice “no por obras” porque si se tratara de que por obras piadosas, o meditación o limosnas o cualquier cosa que inventemos pudiéramos obtenerla, nos haríamos más arrogantes de lo que somos, pero en realidad en todas estas cosas somos mendigos de Dios, necesitados de su gracia, y Dios, quien no es mezquino, no solo la otorga cuando nos llama a Él y nos convierte a Él, sino que la otorga abundantemente. Sin su auxilio somos pobres, con su gracia somos levantados de nuestra miseria, como dice el salmo 113 “Dios levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo entre príncipes.

Para que nadie tenga que comprarla, nos la da gratis por fe. Porque no podemos ganarla, nos la otorga generosamente. Cada vez que tú lees tu Biblia, y cada vez que participas de esta santa mesa Dios te otorga su gracia y renueva sus promesas, por eso decimos que esos (junto con el bautismo) son Medios de Gracia, porque a través de ellos se alimenta nuestra fe y son selladas en nosotros sus promesas. Así que, si quieres saber dónde está la fuente de la Gracia recuerda lo que dice Hebreos 4:16 acerca de Jesucristo:

“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”

 

  1. Conclusión: ¿Cómo la vivimos?

San Pablo, hablando de su trabajo incansable, dijo que había trabajado mucho más que los apóstoles, pero al final admite que no fue él sino la Gracia de Dios que actuó en él. Hemos visto que la Gracia de Dios se nos da gratuitamente por fe y que nos capacita para la misión. Esta misma Gracia no la recibimos para guardarla ni para esconderla sino para que fructifique en nosotros.

Tú has recibido de la plenitud de Dios, por tu fe en Jesucristo, gracia sobre gracia (Juan 1:16) y esta gracia debe estar activa en ti, nunca ociosa. No es que la gracia sea ociosa, sino que a veces nosotros somos ociosos ante Dios cuando pudiendo hacer más de lo que podemos, pudiendo corresponder a sus dones, preferimos no hacer nada y nos estancamos en el inmovilismo. En la medida en que nosotros respondemos a la gracia de Dios y somos obedientes a Él realizando lo que el apóstol Pablo llamaba las bellas obras (1 Timoteo 5:10; 2 Timoteo 3:17; Tito 2:7) que nacen de un corazón que cree, no de un corazón que compra, en la medida en que respondemos con gratitud y disponibilidad a Dios se nos da gracia para que podamos llevar adelante nuestra misión. Recuerden hermanas y hermanos lo que enseñó Jesús “Al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará incluso lo poco que tiene” (Marcos 4:25). Sin embargo, Dios nunca dejará de llamarte, de insistir, de buscarte. Puedes hacerte el sordo, distraerte con cosas pasajeras, pero cuando su gracia llama a su puerta finalmente vence todos nuestros obstáculos, quebranta nuestro egoísmo y nos vuelva hacia Él.

Si tú quieres vivir hoy en la gracia de Dios clama a Él día y noche, ora y alaba su grandeza, porque nosotros somos alabanza viva al Dios vivo (Efesios 1: 5-6); bebe de la fuente que es su Palabra, porque Él prometió que quien beba de Él nunca tendrá sed (Juan 4:14); no dejes de alimentarte de esta mesa, de su cuerpo y de su sangre porque Él prometió “Mi carne es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida; el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él… y vivirá por mí” (Juan 6: 55-57) y también nos anima con la promesa “este es mi cuerpo que por vosotros es entregado” (1 Corintios 11:24) “esta es mi sangre que por vosotros es derramada para el perdón de vuestros pecados” (Mateo 26:28); y, finalmente, no dejes congregar con tus hermanas y hermanos en la fe (Hebreos 10:25) sino más bien que podamos estar unidos en una alma y un corazón, en comunión y concordia, como dice en Hechos 2:42 acerca de los primeros cristianos que “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.” Muchos de ustedes ya hacen esto cuando se congregan cada domingo y juntos alabamos a Dios y participamos de su mesa, cuando durante la semana nos reunimos (al menos virtualmente) para orar unos por otros, y cuando individualmente cada uno intenta ser buen discípulo de Jesús en su casa, en su trabajo y en medio de la sociedad.

Vivamos en su gracia cada día, queridos hermanos y hermanas, y dejemos que esta gracia nos transforme día en día hasta ser alabanzas vivas a Dios. Nunca olvides que ni tus pecados pasados y ni tus tentaciones del presente serán un rival para la gracia y la misericordia que Dios quiere derramar en ti.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean siempre con nosotros. Amén” (2 Corintios 13:14)

 

+ Rev. Gustavo Martínez S.

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