Meditaciones Luteranas: El camino de Emaús

 

Evangelio de Lucas: 24, 13-35

 

                          Jacob Jordaens (1593-1678) «La Cena de Emaús»

 

El relato de Lucas nos sitúa la mañana del día de la resurrección. Una pareja de individuos se dirige al poblado de Emaús, a diez kilómetros de Jerusalén; Lucas dice que uno de ellos se llamaba Cleofás (v.18) por lo que no sería descabellado pensar que el otro individuo era su esposa (Jn 19,25), ambos se alejaban cabizbajos, tristes y decepcionados, comentando los últimos acontecimientos, la una junto al otro.

En eso, un caminante surgió del camino y en el trayecto se aproximó a ellos. No sabían quién era, quizá un peregrino más que volvía de Jerusalén tras celebrar la Pascua, había muchos por esos parajes que retornaban a sus regiones aquella mañana. El extraño les preguntó: ¿De qué conversan?; no es una falta de respeto, los peregrinos a menudo se entretenían en los largos caminos conversando sobre diversos temas, transmitiéndose las últimas noticias o narrando historias, todo el que ha leído los fabulosos Cuentos de Canterbury puede hacerse más o menos una idea.

Cleofás le respondió sorprendido: ¡Pero bueno! ¿Eres el único peregrino en Jerusalén que ignora lo que ha ocurrido en estos días?. El extraño preguntó ingenuamente: ¿El qué? ¿Qué ha pasado?. Y ya un poco irritado Cleofás contestó: Lo de Jesús de Nazaret, un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo. El clero y los líderes del pueblo lo entregaron para que lo condenaran a muerte… ¡y lo crucificaron! – dijo con una nota de amargura- Aunque esta mañana unas mujeres de nuestra comunidad nos han desconcertado; ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no encontrar el cadáver de Jesús volvieron diciendo que habían visto unos ángeles que les afirmaron que él estaba vivo …  Su mujer se adelantó a afirmar seriamente y mirando de reojo a Cleofás: También algunos hombres de la comunidad fueron al sepulcro, y encontraron todo tal como las mujeres les habían dicho, pero a Jesús no lo vieron.

El peregrino, tras escuchar estas razones exclamó perplejo: ¡Pero qué duros de entendimiento son ustedes! ¡Cómo les cuesta entender lo que han dicho los profetas! ¿No sabían que el Mesías tenía que pasar por todo esto para entrar en su Gloria?; y comenzó a explicarles las Escrituras desde Moisés y los profetas. La conversación con el extraño se hizo interesante, Cleofás y su esposa nunca habían enfocado las Escrituras desde la perspectiva de aquel peregrino, descubrieron con asombro que los textos de Moisés y los profetas, los salmos y los escritos, eran un caudal cuya agua limpia hablaba sobre el Mesías en términos velados hasta entonces para ellos, estaban absortos caminando y escuchando, preguntando, reflexionando, y antes de que se dieran cuenta estaban a pocos metros de Emaús. La tarde había caído y estaba oscureciendo.

El peregrino se despidió para seguir su camino pero Cleofás tomándolo del brazo le dijo: Amigo, ven con nosotros, la verdad es que nos ha gustado escuchar tu explicación, vamos, acompáñanos y mañana podrás partir al amanecer…

La esposa de Cleofás, en un tono más maternal insistió: Quédate con nosotros, se hace tarde y casi es de noche.

Él accedió de buena gana y entraron juntos al pueblo. Llegados a la casa se sentaron a la mesa, entonces el peregrino pidió permiso para recitar la bendición por los alimentos en lugar de Cleofás de cuyo era el derecho por ser el padre de familia. El peregrino, puesto en pie, tomó el pan y lo bendijo, luego lo partió y se lo dio a ellos. Entonces se iluminaron sus mentes y comprendieron súbitamente que ÉL era Jesús ¡El resucitado!

 

                             Maximino Cerezo Barredo, CMF (2002) «Los discípulos de Emaús»

 

Para nosotros los luteranos son dos los medios de la Gracia: la Palabra y el Sacramento. En el hermoso relato de Lucas ambos medios aparecen estrechamente ligados el uno al otro, de esta conjunción surge la plenitud del conocimiento de Cristo y la plenitud de su Gracia. Los discípulos de Emaús conocían la Palabra de Dios pero aún así tenían un velo sobre los ojos (v.31), no la entendían o simplemente la entendían de un modo parcial, ambiguo, facilista (= esperar de ella un Mesías político, un Mesías económico/próspero, o un Mesías social) Jesús camina junto a ellos, de hecho los evangelios presentan el discipulado como un itinerario en el cual se va conociendo poco a poco la persona de Jesús mientras su mensaje va calando en nuestra interioridad. No basta la Palabra sabida y re-sabida, como nos pasa muy a menudo, necesitamos una explicación, digamos una exégesis/hermenéutica que nos acerque a su significado, así como el Etíope necesitaba una explicación en su ignorancia nosotros aún necesitamos profundizar esta honda fuente por más que el texto lo sepamos de memoria.

A los discípulos de Emaús les ardía el corazón mientras se les exponía la Palabra (v.32) en realidad una buena predica tendría que producir tal efecto en los oyentes de una congregación, ¡Qué hermoso sería si en vez de felicitarnos por nuestros sermones – que en un par de horas olvidarán – los miembros de nuestras congregaciones e iglesias regresen a casa sintiendo que «les arde el corazón» por la Palabra de Dios!

Cuando Jesús se sienta a la mesa realiza gestos eucarísticos: bendice el pan, lo parte, lo reparte entre ellos. Es muy probable que el Jesús histórico haya tenido algún gesto, alguna frase, algo en su modo de compartir la comida que lo hacía fácilmente irreconocible. Él entendía el Reino de Dios como una gran comida donde se compartía el pan vital con todas y todos, de todas las condiciones y orígenes, sin acepción alguna. Esa apertura, esa calidez y esa hospitalidad misericordiosa debió impresionar profundamente a sus seguidores acostumbrados a estrictas «normas de etiqueta» cultural y ritual.

Pero además el gesto de Jesús al partir el pan es gesto sacramental. Entrega el pan partido como su cuerpo dado e inmolado. Se da en alimento, se entrega del todo, y comulgar con su cuerpo es hacer vida en nuestra vida su mensaje, su Palabra y su vida misma. A esta altura los discípulos de Emaús comprenden que el extraño peregrino es Jesús. Él desaparece de su vista (v.31) porque ya no hace falta verlo físicamente para sentir su presencia: está donde dos o tres se reúnen en su nombre, está en el pan compartido en comunidad de hermanos, está en la Palabra anunciada, creída y vivida.

Este encuentro con los dos medios de la Gracia, los cuales por separado hacen poco y parcialmente pero junto conllevan plenitud, hace de los auténticos creyentes testigos y anunciadores de la Resurrección. Los discípulos de Emaús salieron pronto a anunciar a los once lo que habían visto ¡Está Vivo!; sería ideal si al salir de la iglesia cada domingo nuestra gente esté más entusiasmada por anunciar la Buena Noticia entre sus conocidos y amigos, que en preocuparse por encontrar un lugar sofisticado para el almuerzo dominical. Sería hermoso que la Palabra que arde en nuestro corazón y el sacramento que nos da perdón y unidad nos entusiasme diariamente y nos haga entusiastas misioneros.

 

                              Francis Newton Souza (1958) «La cena de Emaús»

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