Sermón del Domingo de Resurrección

 

 

Cristo no es una religión

 

Llegar a comprender esto me ha tomado muchos preciosos años de mi vida durante los cuales viví terriblemente atormentado por una religión que domesticó mi voluntad a base de miedos, promesas, esperanzas, y creó en mí una fe distorsionada, coactó mi preciosa libertad, y hasta mi inteligencia; sometió mi espiritualidad a ritos y costumbres que no me permitieron encontrarme con el real Cristo de los evangelios.

Cristo no es una religión.

Les está tomando siglos a los cristianos y cristianas entender esto. Este largo camino ha sido y sigue siendo tortuoso para much@s. Los líderes cristianos han cometido crasos errores y hasta crímenes de lesa humanidad—nada más distante del propósito del Dios de la vida—, y hasta el día de hoy nos separan fanatismos y terquedades con respecto al mensaje de Dios para la humanidad. Hablamos de amor y humildad, y lo que más nos falta es amor y humildad. 

Pero, ¿A caso las religiones son malas?

En el sentido original, no. Cuando el ser humano empezó a pensar, y así empezó su lucha por entender la vida, y por sobrevivir, incipientemente percibió que su existencia daba para más; y por eso no se conformó a seguir viviendo en las cavernas, y cada cosa que descubrió, cada nueva herramienta que inventó, lo fue llevando, paso a paso, hacia un mejor entendimiento de la vida y de sí mismo.

En medio de esa lucha por sobrevivir surgió la fe en su pensamiento y su sentir. El mundo primitivo era agreste, era duro. Pero había que caminar por él, no había otra forma, no había otro camino. El ser humano más desarrollado y sofisticado de nuestros días tiene sus raíces en esa común realidad. De allá venimos todos. Sin la fe para la humanidad hubiera sido mucho más difícil, o simplemente se habría extinguido.

Hoy, al nivel de conocimiento y desarrollo científico al que hemos llegado, mucha gente quiere ignorar o superar la fe, y vivir solo y únicamente por la razón; pero olvidan que hemos llegado hasta aquí por la tenacidad tanto de la razón como de la fe. Ambas no tienen por qué ser enemigas.

Una de las primeras cosas que los seres humanos tuvieron que aprender es que de entre las ruinas que dejaban los desastres naturales, las estúpidas guerras, u otras causas, tenían que resurgir nuevamente con fe y esperanza e inteligencia. Aprendieron que la vida no está exenta de desafíos y retos que nos enfrentan a duras realidades.

            Pero así como surgieron grandes líderes que guiaron a las comunidades primitivas hacia fines buenos y de beneficio para toda la humanidad, también surgieron otros que se dejaron contaminar por el espíritu de la codicia, de la avaricia, del poder y de las riquezas. Con este espíritu desvirtuaron muchas cosas, entre ellas la religión. Desafortunadamente, el cristianismo no fue una excepción en este fenómeno.  Surgió el fanatismo, la intolerancia, la arrogancia, que fue enturbiando los fines nobles de la religión.

Cuando ya era el tiempo, irrumpió Cristo en la historia, con una enseñanza muy parecida en muchos aspectos a la de otros profetas de otras religiones, pero con el fin primordial de demostrar que la fe no pasa necesariamente por una religión organizada, especialmente si esta se ha alejado de la esencia misma de lo que una verdadera religión debe ser.

            Desde su nacimiento hasta su muerte Cristo marcó una diferencia total con la religión establecida de su tiempo. Y como la religión de su pueblo y de tu tiempo pasó a ser parte de establishment, todo ese conglomerado, por no decir maraña, se coludió para aniquilarlo, y así lo hicieron.  

            Lo he dicho muchas veces, y creo necesario resaltarlo hoy. Cristo es el prototipo del amor y la humildad. La carta a los Filipenses lo describe con una claridad cristalina: No tuvo en cuenta ser igual Dios, sino que se despojó así mismo para hacerse igual que los hombres.

Basta solo fijarnos en su nacimiento, su muerte y su resurrección: Nace de la forma más humilde, muere de la forma más vil, y resucita sin pompas, ni fanfarreas, ni embajadores, ni nuncios, ni cortes para magnificar este evento misterioso.

            Por eso, la resurrección de nuestro Señor tiene el poderoso mensaje que no podemos dejar enturbiarse entre los mezquinos intereses de los líderes de la humanidad de hoy. La resurrección de Cristo es el canto universal a la vida que renace sean cuales sean las circunstancias. El mensaje de Cristo es frontal contra el pecado y la muerte. Por eso los auténticos seguidores de Cristo debemos emular su amor y humildad a cualquier precio.

            Ese amor y humildad tiene y debe expresarse en especial con los marginados por la ambición y la arrogancia humana. El texto de hoy nos da esta pauta ineludible, cuando Cristo les dicen a las mujeres, ¿oyeron?, mujeres, ellas, las despreciadas, las consideradas como cosas, como propiedad del hombre, sin voluntad propia, si ellas fueron las primeras mensajeras de la resurrección, A ellas les dice el Señor que vayan digan a los timoratos apóstoles que Él les espera en Galilea.

            ¿Por qué Galilea? Galilea era un lugar despreciado por los judíos; a los galileos se les consideraba judíos de segunda categoría, porque no reunían todas las expectativas de una religión que ya no era para el bien de la humanidad, sino para el bien de la propia religión.  

            Si queremos encontrarnos con el Cristo resucitado, tenemos que buscarlo no en los templos hermosos y suntuosos, si no en esos lugares donde se nota la marginalidad a la que han sido sometidos. Es más, si tú te sientes indigno de estar cerca de Dios, Dios está más cerca de ti que de un pastor, de un obispo, o de un cardenal, que reciben el crédito de estar más cerca de Dios. Lee bien los evangelios.

            Hoy renuevo mi fe en Jesucristo Resucitado, en su poderoso mensaje de vida y transformación, en su legado de paz y justicia para toda la humanidad. Pero no quiero que solo sean palabras. Quiero que sean hechos que se concreten en todo lo que me rodea, sean seres humanos, sean animales, sean plantas, y sea minerales. Todos estos elementos son la más maravillosa expresión de Cristo Resucitado.

            ¡Aleluya! Cristo ha resucitado.

            En verdad Él ha resucitado. ¡Aleluya!

 

Pastor Pablo Espinoza.

 

 

 

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