Sermón del Segundo Domingo de Pascua

 

Debemos aprender a Creer

 Juan 20, 19-31

El amigo ha muerto. No ha muerto, porque estuviera enfermo. Lo han matado. Los amigos están aterrorizados. Quieren hacerse invisibles para no correr la misma suerte. Se encierran. No saben qué hacer. ¿Cómo van a seguir sin el amigo? Él era su guía, su esperanza. Se sienten perdidos. Uno de ellos falta. ¿A dónde habrá ido? ¿Qué estará haciendo? Él había dicho hace poco que quería ir con el amigo dispuesto a todo, inclusive a morir con él. ¿Quería ahora llorar a solas? ¿Quería quizás provocar  ser apresado para morir como su amigo?

Y allí, de repente, el amigo que tantas veces los había sorprendido durante su vida, los sorprendió de nuevo. Está en medio de ellos. ¡Lo podrían tocar! Está allí de carne y hueso. Los saluda con el Shalom, la paz, la salud. ¡Qué alegría! No una alegría de voces altas. Una alegría profunda, casi silenciosa. Es el día después del Shabat. ¿Dónde está aquel que falta? El llega después, cuando los amigos están solos otra vez. Le cuentan lo sucedido. Todos quieren hablar a la vez. Están animados nuevamente, animados en el sentido propio de la palabra, porque recibieron ánimo de aquel que es la vida y puede dar el aliento de vida. ¡Lo que cuentan es increíble! ¿Quién podría creer que un cuerpo devuelto a la tierra podrá levantarse de nuevo? Pero eso mismo había pasado ya una vez ante sus propios ojos: Un amigo de su amigo, muerto hace días, fue llamado a la vida por su amigo. Fue una de las razones por la cual fue odiado tanto por sus enemigos. ¿Y ahora él mismo, al cual mataron, apareció de nuevo? El que se había alejado del grupo tiene tantas preguntas. Es tan escéptico. Le cuesta creer así no más. Los otros vieron. ¿Podría ser una visión colectiva? ¿Quizás pensaron tanto en el amigo que les parecía verlo?

Pasa una semana. Otra vez es el día después del Shabat. Esta vez están todos juntos. Quizás tienen la esperanza que el amigo les visite otra vez. Quizás este día, el día después del Shabat, ahora es más importante que el Shabat. Quizás lo que les mandó su amigo la última vez que comieron juntos deberían hacer en este día: Recordarlo. Están con nuevas esperanzas, pero siguen encerrados por temor. ¡Y allí está de nuevo! ¡Qué alegría! ¡Qué sorpresa! El amigo pide que el escéptico le toque. Pero esto ya no es necesario. ¡Su amo! ¡Su amigo! ¡Su Dios! Ningún aproche del amigo. Ninguna crítica.

Una vez el amigo había dicho que debemos creer como los niños. Niños confían plenamente en sus padres. Pero niños tienen también miles de preguntas: ¿Por qué? Y ¿Por qué? Y ¿Por qué? Es bueno hacer preguntas a Dios, a Jesús. Esto nos mantiene en contacto. Una de las preguntas más fuertes es: ¿Por qué Dios permita tanto sufrimiento en esta tierra? ¡Por qué salva a algunos y a otros no? ¿Por qué el ser humano llega a más crueldad que cualquier bestia salvaje? Y también otras preguntas que a algunos pueden sonar a blasfemia: ¿Por qué los seres humanos piensan que pueden saber los planes de Dios? ¿De Dios que es espíritu? Por ejemplo ¿que su plan era sacrificar a su hijo? ¡Lo asesinaron! Porque hablaba las verdades que sus asesinos no aguantaron.

¡Tantas dudas! ¡Tantas preguntas! No siempre encuentro respuestas. Tuve momentos en los cuales ni siquiera me atreví contar mis dudas a nadie, porque dudaba de todo. Me preguntaba si sería cierto todo lo que había creído. ¿Quiere Dios una fe ciega de nosotros? Yo creo que  quiere viendo, mirando, pero mirando con nuestros ojos del corazón. Mirando a Jesús, a la cruz, a sus heridas, al Jesús resucitado. Mirando, admirando y diciendo: “¡Mi Señor y mi Dios!”

Eso afirmamos cada domingo en nuestra comunidad, alrededor de la mesa de la comunión. Aprendamos una lección de la historia de Tomás: No debemos alejarnos de la congregación, del cuerpo de Cristo, porque allí es donde él se hace presente. Y a partir de esta mesa de la comunión empezó la total comunión de los primeros cristianos: de tener todo en común. Cuando leemos esto nos parece tan natural y tan bello. Sin embargo para nosotros, difícil, hasta imposible. Hay personas hasta hoy que lo ponen en práctica en comunidades de fe, fe en el sentido de confianza que a uno lo le faltará nada 

Una vez que visité la Misión de Baja Sajonia (OMEL) en Hermannsburg, fui invitada a una comunidad de fe. Vivían varias familias y solteros en una casa grande, compartiendo todo. Los adultos tenían empleos de todo tipo, y todas las ganancias iban a una caja común. Todos decidieron juntos lo que cada uno necesitaba. Las tareas de la casa fueron distribuidas entre todos: cuidado de los niños, cocina, limpieza etc. Estas personas querían vivir como los primeros cristianos. ¿Ustedes se pueden imaginar algo así? Existe otro modelo muy parecido pero con una ideología totalmente distinta: Los Kibbuz en Israel, donde emigrantes judíos de Rusia quisieron poner en práctica el comunismo (como dice la palabra: tener todo en común).

¿Se puede tener confianza y sin embargo le puede faltar a uno  fe? Creo que sí. Un ejemplo es el padre que pide a Jesús que sane a su hijo y le dice: “Sí, creo. ¡Ayuda a mi incredulidad!”

En mis clases de religión en el colegio Humboldt una vez me dijo un alumno, que su padre le había dicho que no se sabía si este Jesús había existido. No se si contesté bien, pero lo que me ocurrió en el momento fue decir: “Entonces tampoco sabe si Julio César ha vivido!” Les dije a los niños que hay testimonios escritos de aquellos que han vivido en estos tiempos y con estas personas. Un testimonio es de Juan que escribe: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palpado con nuestras manos…” Y para nosotros escribe el apóstol Pedro: “Vosotros, que lo amáis sin haberlo visto, creyendo en él aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso, y obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas.”

Yo me identifico a veces con Tomás; tengo dudas y preguntas. Pero sin embargo tengo confianza, porque sé que Dios, mi padre, y Jesús, mi salvador, empezaron una obra de transformación en mí y que la van a perfeccionar. La vida cristiana es un camino largo, pero un camino acompañado, guiado, bendecido.

Déjenme aclarar algo al final: fe y razón, o mejor dicho: la capacidad de pensar, no se excluyen. En eso también, creo, los luteranos son inclusivos. Dios nos dio mente, intelecto para usarlos. Es cierto: Tenemos las Escrituras, y las leemos con la confianza que Dios tiene mucho que decirnos a través de ellas. Pero tenemos que leerlas también con nuestro intelecto, analizando los textos en su contexto y en su tiempo. ¡Ya no vivimos en la Antigüedad, ni en la Edad Media! ¡Cuántos conocimientos se han acumulado desde entonces! ¡Cuántas investigaciones! Lutero salió de la Edad Media, pero leyó la Biblia con su propia mente, sus propios ojos, no a través de los lentes de la Iglesia. Y sólo así descubrió a Cristo, es decir: Cristo entró en su vida traspasando los muros de la Iglesia, igual como Jesús entró en el Aposento donde estaban sus discípulos. Muchas veces nos encerramos y no dejamos entrar a lo nuevo; tenemos miedo a lo nuevo. Pero Dios, Jesús, el Espíritu Santo pueden traspasar nuestra coraza, quieren abrirnos nuevos horizontes, nuevos desafíos, nuevos caminos. Por otro lado: Mi pequeño intelecto nunca va a entender todo. Mientras viva, voy a tener preguntas y dudas. Lo mejor es dirigirlas a Dios mismo en la confianza que Él me va a revelar lo que yo sea capaz de entender. Sobre todo: Aún que no entienda todo, decido a confiar en mi Creador, en mi Salvador. La Iglesia luterana en Alemania tiene un nombre muy raro para este domingo: Quasi modo geniti, lo que significa: “Como los niños recién nacidos” y viene de la primera carta del apóstol Pedro 2,2: “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual, no adulterada, para que por ella crezcáis a salvación.”  A veces las iglesias mismas adulteran esta leche espiritual, construyen muros, cercos. Para Cristo no hay muros que valgan. ¡Busquemos a él!

¡Que Dios nos ayude a no encerrarnos! Ël está con nosotros. ¿Qué podemos temer?

 

– Sylke Llanos

 

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