Sermón del Domingo: El grano de mostaza

Séraphine Louis, «El árbol de la vida». 1928

 

El evangelio de este domingo es San Marcos (4: 26-34)

Una vez más, Jesús nos sorprende con una comparación que no tiene mucha cabida en nuestra imaginación. Si no leemos cuidadosamente las Escrituras, podríamos imaginarnos que el reino de Dios sería al más puro estilo de los más grades y célebres reinados e imperios que han existido en la tierra. Algo así como la corte de los faraones, las cortes de las dinastías del Imperio Chino, las cortes de los imperios de oriente medio, de Alejandro Magno, o la corte de los césares romanos, o las cortes de las más famosas monarquías europeas, o la corte de los papas: algunos más pomposos que otros.

Jesús nos saca de ese delirio y nos dice que el reino de Dios es como un grano de mostaza. Así como lo hemos leído: “El reino de Dios se asemeja a un grano de mostaza…”

Momentito, Señor, ¿no te habrás equivocado? ¿No habrás querido decir semejante  a la semilla de un roble, o de un cedro, o de un ébano?

La mostaza ni siquiera llega a la categoría de árbol. Es apenas un arbusto común y silvestre, que escasamente alcanza el metro de altura. Sus semillas son diminutas, de un milímetro de diámetro. Pero esa pequeñez de árbol y semilla son de gran utilidad en la naturaleza.

Jesús usa esta planta como una analogía y una metáfora de lo que es el reino de Dios. Jesús nos quiere decir que las grandes obras de Dios parten de la simplicidad, de lo común, de lo sencillo, de lo humilde. Dios no le da importancia a lo que la humanidad tiene por grande y valioso: el oro, el platino, las piedras preciosas. Jesús nos quiere regresar la mirada a lo que es de real valor, significado y grandeza. Una vez Él dijo que el gran rey Salomón, en toda su gloria—su pompa, su grandeza—podía compararse a la belleza y majestad de un lirio del campo, un lirio silvestre.

Jesús nos mueve de las apariencias humanas a lo que es de real valor. La sencilla y diminuta semilla de mostaza, crece hasta convertirse en un arbusto pequeño, pero que da abrigo, seguridad y alimento a otros; en este caso, a las aves que encuentran en esa planta su refugio. La mostaza tiene también cualidades curativas. Que poderosa imagen de lo que es el evangelio, la buena noticia de Dios para la humanidad. La mostaza, que empieza a germinar de una diminuta, pequeñísima semilla, se convertirá en algo que da sombra, alimento y curación no solo para las aves del campo, sino a la humanidad.

La salvación que nos ofrece Cristo no proviene de un trono de oro incrustado con piedras preciosas, ni de un hombre sentado ahí, vestido con ricas telas, y coronado con un gorro entre gracioso y ridículo, pero que a los seres humanos impresiona mucho. La salvación de la humanidad procede de una cruz de madera rústica, en el que fue colgado un hombre que los grandes de la política y de la religión despreciaron; y lo clavaron allí para que no estorbara el sistema mezquino de sus grandezas.

Resaltemos dos cosas de esta parábola: Primero: el reino de Dios está en las cosas simples y ordinarias de la vida, pero que en si encierran un gran valor. Segundo: la parábola de la semilla de mostaza nos mueve a buscar nuevas formas de percibir la grandeza de la vida, del amor, y sobre todo de Dios y su evangelio. Él nos llama a ser esas semillas para el bien de la humanidad, y para la gloria de Dios. Amén.

 

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