La Transfiguración del Señor
SERMÓN PARA EL ÚLTIMO DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA o DOMINGO DE LA TRANSFIGURACIÓN
Lecturas: 2 Reyes 2,1-12 / Salmo 50 / 2 Corintios 4,3-6
Marcos 9, 2-9
Hoy es el último domingo de la Epifanía. Durante los cinco domingos anteriores hemos venido hablando sobre las manifestaciones supra-naturales de Jesús, que tienen por finalidad demostrar su naturaleza divina.
Hoy culminamos la Epifanía con la quizá más extraña y sorprendente de esas especiales manifestaciones: la transfiguración del Señor. Hay tantos detalles involucrados en el contexto de este pasaje, que trataremos de no extendernos mucho, pero hablaremos rápidamente sobre algunos de ellos.
Jesús sube a la sima de la montaña llevando consigo a Pedro, Jacobo y Juan. De pronto el rostro y la ropa de Jesús empiezan a resplandecer de una forma sobrenatural. Los tres discípulos están atónitos. De pronto aparecen junto a Jesús Moisés y Elías, los dos grandes profetas del Antiguo Testamento, quienes vivieron algunos siglos atrás, y conversaban con Jesús. Pedro, de seguro apabullado con la inverosímil escena, le dice a Jesús, “Maestro, bueno es que estemos aquí; hagamos tres enramadas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías.” Así estaban las cosas, cuando de pronto una nube empezó a cubrirlos y se oyó una voz que dijo: “Este es Mi Hijo amado; oigan a Él.” La nube desaparece con Moisés y Elías, Jesús ha vuelto a la normalidad. ¡Qué extraño! ¿Verdad?
Contextualicemos el asunto: El relato empieza diciendo, seis días después… ¿Seis días después de qué? Para saberlo, tenemos que leer lo anterior a esta escena. Y la respuesta es diversa porque seis días antes han pasado muchas: Primero, Seis días antes, Jesús le pregunto a sus discípulos qué pensaba la gente de él; y le respondieron que la gente creía que él era Juan el Bautista, que había resucitado, o Elías el profeta, que aparece conversando con Jesús y Moisés en la Transfiguración. Luego Jesús hace la pregunta más directa a sus discípulos preguntándoles: y ustedes, ¿qué dicen de mí? Y Pedro le responde, “Tú eres el Cristo”.
La segunda cosa que pasó seis días antes es que Jesús anuncia a sus discípulos su muerte inminente y trágica en la Cruz. Pedro trata que Jesús no permita que eso le acontezca. Jesús reprocha drásticamente a Pedro diciéndole: “¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque no tienes en mente las cosas de Dios, sino las de los hombres.”
Ahora bien, hasta ese punto en la vida de Jesús, y a pesar de las epifanías, o sea, de las manifestaciones sobrenaturales, nadie estaba totalmente seguro de quién era Jesús realmente. Pedro dijo lo que dijo, sin saber bien lo que estaba diciendo. Eso le brotó de la esperanza que tenían en el anuncio profético de un liberador. Pedro hablaba como un judío y nada más.
Pero esta teofanía en la narración evangélica va más allá del evento mismo, de cuya historicidad solo tenemos tres testigos. Uno de esos propósitos sería la importancia de que sus tres más allegados amigos empezaran a percibir con más claridad las dimensiones no percibidas aun del ministerio de Jesús.
Y ¿qué hacían Moisés y Elías, venidos del tiempo pasado, conversando con Jesús? Moisés representa la Ley. Esa ley que tuvo una tremenda Importancia para la supervivencia del pueblo israelita, pero que con el correr de los años se convirtió en una pesada carga religiosa para todo el pueblo judío.
Elías es el más grande profeta del A.T. representa a los profetas y el mensaje de justicia que Dios reclama de un pueblo que se ha vuelto muy religioso, pero que explota, extorsiona, esclaviza como cualquier otro país.
San Marcos y San Mateo nos presentan esta espléndida e imponente escena, en la que están representados los dos pilares de la convivencia humana: ley y justicia, pero, en medio de ellos esta Jesús quien representa el amor supremo de Dios por el que tienen que pasar la ley y la justicia.
Jesús es presentado como el Hijo AMADO que complace plenamente al Padre. Jesús está en medio de los dos, demostrando así que es a través del amor que se concreta el mensaje del Padre. Ley y justicia sin amor es tiranía. Ley y justicia con amor es paz.
Es bueno recordar lo que Jesús respondió a los fariseos que en cierta oportunidad le preguntaron, cuál era el más grande mandamiento, y él les responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley (Representada en Moisés, quien le dio la ley a los judíos) y los Profetas (Representada en Elías, considerado el profeta mayor entre los mayores).” Queda así claro lo que siempre decimos, no se puede amar a Dios sin amar al prójimo.
Para terminar, ¿Qué quiso decir Pedro cuando dijo «quedémonos aquí y hagamos tres enramadas»? ¿De dónde le brotó esta ocurrencia? “Hacer tres enramadas para quedarnos aquí”. La palabra enramada es traducida de Sucot. Lo que tal vez Pedro quiso decir es “hagamos Sucot” Y ¿qué es Sucot?
Sucot es una festividad de gran alegría, después de las cosechas, en la que el pueblo judío expresa su completa confianza en Dios, y celebra la certidumbre de haber recibido una buena cosecha para subsistir el año siguiente.
Durante toda la semana de Sucot, comen, duermen y comparten en enramadas (sukas) que construyen fuera de la casa, recordando que:
1. Los israelitas vivieron en cabañas durante los 40 años de deambular por el desierto.
2. Dios es nuestra verdadera protección – así como protegió a los israelitas en el desierto con las Nubes de Gloria (Éxodo 13:21).
Lo más probable es que la Transfiguración sucedió durante el Sucot, por eso Pedro quería continuar la celebración ahí, contemplando el rostro resplandeciente del Mesías, del Hijo del Dios viviente. Pero Sucot es la fiesta del fin de la cosecha; de la conclusión de algo. Pero Jesús está apenas empezando su tarea, y le falta más tiempo para completar su misión.
Dios mismo nos presenta a Jesús su Hijo amado y nos manda obedecerle en amor. Tenemos una misión en esta tierra, y no debemos entretenernos en lo religioso sentimental, sino que debemos bajar de esos momentos en los que contemplamos o percibimos a Cristo de una manera especial. Como en la Navidad cuando adornamos nuestros árboles, y armamos nuestros nacimientos, como hermosos recuerdos de ese evento. No podemos ni debemos contemplar al Niño Jesús como si ese hubiese sido el único propósito de su vida, darnos y momento histriónico y nada más.
Busquemos nuestras propias epifanías y transfiguraciones que broten de la realidad de la vida, y que nos empujen hacia la labor, con amor, por la justicia y la paz.
Los discípulos necesitaban con urgencia entender quién era Jesús, el Cristo, y cuál era la naturaleza de su ministerio, para así poder enfrentar la horrenda muerte de Jesús en la cruz y aun su propia resurrección.
Para nosotros hoy la Transfiguración es una invitación a una espiritualidad real sensible que nos lleve a contemplar la vida no solo en lo superficial, sino en lo real-profundo. La oración en el nombre de Jesús es una de mis transfiguraciones; la oración de Taizé es otra de mis transfiguraciones, el mundo que me rodea visto desde más adentro de la superficie, es otra de mis transfiguraciones. Contemplar la creación, y pensar en el milagro que sostiene la vida y enterarme de cómo es que se da esa metamorfosis en las semillas, es otra de mis transfiguraciones. Pero, sobre todo, la eucaristía, la Santa Cena es mi transfiguración favorita. Ver a Cristo, sentirlo, recibirlo en un trocito de pan, y en un poco de vino, es la transfiguración constante de Jesús para toda la humanidad. Amén.