La Cautividad de la Iglesia

 

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“Dios no trata ni ha tratado nunca con el ser humano de otra manera que no haya sido mediante la palabra de su promesa… Nosotros no podemos tratar con Dios más que a través de la fe en la palabra de su promesa.”

Martín Lutero, La Cautividad Babilónica de la Iglesia. 1520

 

 

Entre 1309 y 1377 siete obispos de Roma desde Clemente V hasta Gregorio XI residieron en Aviñón en lugar de Roma, prisioneros de los reyes de Francia. El origen de este cautiverio estuvo en las disputas por el poder terrenal entre Felipe IV, llamado El Hermoso, rey francés, y el papa Bonifacio VIII (1294-1303). La cristiandad occidental consideró que el papa estaba cautivo, y de hecho la corona francesa controló durante un tiempo todas las gestiones de la Iglesia Romana a su arbitrio. A este periodo se le llamó proverbialmente “la cautividad babilónica del Papa”.

Aquella frase acerca de la cautividad fue retomada brillantemente siglos después por un monje alemán en conflicto con la institución de Roma. Estamos en 1520, Martín Lutero se había convertido en la voz viva de la Reforma, sus sermones, panfletos y libros se propagaban como el fuego gracias al reciente invento de la imprenta, pero a su vez se propagaron los escritos en su contra, la mayoría libelos injuriosos pero también algunos tratados de altisonante escolástica. Ese año Lutero había visto aparecer dos libros en su contra a los que debía responder: el “Tractatus de communione sub utraque specie” del franciscano Agustín von Alfeld, de Leipzig; y el polémico “Revocatio Martini Lutheri, Augustiniani ad sanctam sedem” del dominico italiano Isidro Isolani, profesor de teología en Cremona.

Lutero dedicó el mes de agosto a escribir una respuesta que resultó ser un desafío. La mayoría de sus ideas ya las había publicado en sermones escritos: “Sermón sobre el sacramento de la penitencia”, “Sobre el santo, dignísimo, sacramento del bautismo”, y “Sobre el dignísimo sacramento del santo verdadero cuerpo de Cristo y sobre las cofradías” todos hechos públicos en 1519. Escribió de prisa pero presentando sus ideas de manera sistemática y ordenada, además lo hizo en latín para atraer la atención de los eruditos y teólogos.

El resultado fue un libro que tapó la boca a sus adversarios y derrumbó definitivamente el último puente entre el catolicismo romano y la Reforma. Erasmo de Rotterdam quedó horrorizado con el texto y tras su lectura dejó de apoyar abiertamente la Reforma, mientras que Enrique VIII de Inglaterra, con aires de teólogo, intentó defender a la Iglesia Romana de la cual se separaría más tarde en 1534 con un librillo en el que acusaba a Lutero de ser un “lobo infernal de cuya boca exhala el hedor de un corazón maligno y herético.”

Lutero, insensible a estas reacciones, había intitulado su obra “La Cautividad Babilónica de la Iglesia”. Se publicó un día como hoy hace 500 años.

 

¿Qué contenía este libro?

El origen del conflicto estaba en la negativa de los teólogos romanos en permitir que los laicos comulgaran también con el cáliz en lugar de hacerlo solo con el pan. Esa época se consideraba que solo los sacerdotes eran dignos de recibir la comunión en ambas especies: pan y vino; pero además se consideraba que los laicos no eran lo suficientemente dignos de comulgar con frecuencia por lo que usualmente solo asistían a misa como espectadores. Lutero, arrancando de este punto, argumentaba que la Iglesia estaba cautiva (secuestrada) por el papado de Roma (era una vuelta irónica a la frase del cautiverio papal) quien había sustraído el Evangelio a las personas cargándolas con ritos y ceremonias, muchas de ellas con fines de lucro, en lugar de abrir a los fieles las puertas de la gracia a través de la Palabra y la correcta administración de los sacramentos.

Lutero pasa entonces a resolver punto por punto las objeciones de sus adversarios asentando los pilares de la doctrina luterana acerca de los sacramentos:

 

  1. Las indulgencias son adulteraciones de los aduladores de Roma. El papado es la recia cacería del obispo romano. Lutero inicia retractándose de sus opiniones más conciliadoras de años atrás y afirmando la negativa a la teología de las indulgencias. Desenmascara a los teólogos que niegan la comunión del cáliz a los laicos, particularmente se ensaña contra Agustín von Alfeld quien interpretaba Juan 6:51 (“Yo soy el pan vivo”) como la prueba irrefutable de que Cristo quería que los laicos comulgaran solo con el pan; Lutero muy sutilmente le recuerda que unos versículos más adelante Cristo asevera: “Mi carne es verdadera bebida, mi sangre es verdadera bebida.” (Juan 6:55) y que también en el mismo capítulo Cristo afirma: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros…” (Juan 6:53). Al final de la discusión de este apartado Lutero sentencia que será la primera y última vez que dispute con von Alfeld pues “es como si peleara con estiércol, sea que gane o que pierda igual saldré manchado.
  2. Debo negar los siete sacramentos y admitir solo tres. Lutero afirma que de los siete sacramentos solo el bautismo y la santa cena lo son reamente pues llevan consigo no solo un mandato explícito de Cristo sino también una promesa y un signo externo que hace visible lo que se promete: agua en el bautismo, pan y vino en la santa cena. Acerca de la confesión, si bien Lutero admite que incluye una promesa y ha sido instituida para aliviar la conciencia de los creyentes, por otro lado no tiene ningún signo externo por lo que aún no se decide a excluirla como sacramento; más tarde afirmará que en realidad la absolución y perdón son elementos que van más allá de la confesión auricular a un sacerdote: somos perdonados al escuchar un sermón, al leer y aceptar de corazón el Evangelio, al manifestar nuestras cuitas a un hermano laico y recibir de él la declaración de perdón, atendiendo a la potestad que Cristo dio a la Iglesia: “Lo que aten en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mateo 18:18) La iglesia romana mantenía cautivos los verdaderos sacramentos y su correcto uso, y había añadido otros que en opinión de Lutero eran ritos buenos y necesarios pero que no incluían una promesa de parte de Dios, por lo que no eran sacramentos.
  3. Cristo no constituyó imperios ni potestades sino ministerios en su Iglesia. Es una frase muy elocuente con la que Lutero criticaba el poder de los arzobispos, obispos y dignidades eclesiásticas de su tiempo. Lutero da la vuelta al concepto de ministro de la Iglesia recordando la frase de san Pablo “Téngannos los hombres por ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios” (1 Corintios 4:1), los auténticos ministros no ser sirven de la Iglesia sino que sirven a la Iglesia predicando y administrando rectamente lo sacramentos.
  4. No es apropiado llamar a la unción de los enfermos “extremaunción” ni hacer de ella un sacramento. Para Lutero era cruel reservar el rito de unción de enfermos al momento de la agonía. Este rito estaba lleno de ceremonias que preludiaban la muerte de la persona. Lutero hace énfasis de que en primer lugar no era un sacramento instituido por Cristo sino un rito de la Iglesia que en la antigüedad tenía por fin consolar a todos los que sufrían y levantar la esperanza de la recuperación física así como de la vida eterna. Tomando la carta de Santiago, Lutero afirma: “Lo más hermoso es que la promesa del apóstol diga que la oración de la fe salvará al enfermo y lo levantará etc… Miren que el apóstol ordena aquí que se unja y se ore para que sane y mejore el enfermo, esto es que NO se muera, de manera que no sea la extrema-unción.”

 

Un libro polémico.

Cuando Lutero presentó su escrito lo hizo como un preludio para instruir a las personas acerca del recto uso de los verdaderos sacramentos, y como denuncia pública de que la iglesia romana había secuestrado la fe cristiana y la tenía retenida contra la voluntad de Cristo bajo ritos y dogmas humanos.

Lo ofrezco con gusto y placer a todos los devotos que deseen alcanzar el verdadero entendimiento de la Escritura y el uso legítimo de los sacramentos” dice Lutero al final de su obra. Este libro polémico acabo de abrir la brecha entre la Reforma y el catolicismo romano, todas las esperanzas de llegar a un mutuo acuerdo desaparecieron con este manifiesto de protesta que sentó las bases de nuestra teología sacramental actual en el luteranismo.

Al año siguiente, en 1521, Lutero fue citado a Worms por el Emperador Carlos V para retractarse de todos sus escritos entre los que estaba “La Cautividad Babilónica de la Iglesia”. Después de explicar que no todas sus obras eran iguales en materia, Lutero zanjó la cuestión con la siguiente frase:

“A menos que no esté convencido mediante el testimonio de las Sagradas Escrituras o por razones evidentes —ya que no confío en el Papa, ni en sus Concilios, debido a que ellos han errado continuamente y se han contradicho— me mantengo firme en las Sagradas Escrituras a las que he adoptado como mi única guía. Mi conciencia es prisionera de la Palabra de Dios, y no puedo ni quiero retractar nada reconociendo que no es seguro o correcto actuar contra la conciencia. Que Dios me ayude. Amén”

 

+ Puedes descargar el libro de Lutero “La Cautividad Babilónica de la Iglesia” en PDF:

LA CAUTIVIDAD BABILONICA DE LA IGLESIA.pdf

 

 

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