EPIFANÍA: Dios no se ha manifestado para que lo ocultemos
EPIFANÍA: DIOS NO SE HA MANIFESTADO PARA QUE LO OCULTEMOS
La palabra «epifanía» en griego significa manifestación o revelación de algo. En el contexto del mundo antiguo las epifanías eran manifestaciones o revelaciones de las divinidades a los seres humanos mediante prodigios u oráculos, pero para el cristianismo tiene además el sentido de «dar a conocer algo«.
Celebramos hoy la Epifanía o Manifestación del Señor, una festividad litúrgica muy antigua (s. IV d.C) que nuestra iglesia luterana ha conservado por su contenido teológico y para continuar la tradición histórica de la Iglesia Universal. Esta festividad nos habla de la manifestación a los seres humanos de un gran misterio, el misterio escondido por siglos y revelado a la humanidad en la plenitud de los tiempos, pero para que podamos comprender este misterio recurriremos a san Pablo, él mismo escribe a los efesios:
«Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio.» (Ef 3,2-6)
Este gran misterio es la obra redentora de Cristo Jesús quien nos ha hecho a todos coherederos de sus riquezas, miembros de su propio cuerpo y partícipes de sus maravillosas promesas, y todo ello no en virtud de nuestros propios méritos o sacrificios, no por nuestra piedad o por nuestra devoción sino por pura gratuidad suya, ¡Por Gracia hemos sido salvados! Como dice san Pablo más adelante:
«Gracias a Cristo y a nuestra fe en Él, podemos entrar en la presencia de Dios con toda libertad y confianza.» (Ef 3,12)
Esta Buena Noticia del amor intenso de Dios por nosotros y de nuestra salvación se ha manifestado, según san Pablo, a todos los hombres y mujeres, no a un grupo en especial, ni a una etnia en específico, sino a todas y todos, porque los dones de Dios son para todos.
Por ello, la Epifanía es un recuerdo del Dios que se dio a conocer desde la pobreza y la miseria para transmitir al mundo la inmensa riqueza de su Gracia. Es la fiesta de la manifestación en la carne del Redentor del género humano, quien es «Luz de las naciones» (Lc 2, 32).
Mientras san Pablo nos explica este misterio con su lenguaje teológico y firme convicción, Mateo nos lo presenta de manera literaria haciendo uso del clásico género midráshico judío, presentando el Hagadá de los magos de Oriente que visitan Palestina en busca del Rey de los Judíos. Aquellos sabios astrólogos-astrónomos habían localizado una misteriosa estrella que refulgía al amanecer (Mt 2, 2. Algunos traducen «al oriente») y la habían seguido hasta encontrar al Niño junto a su madre (Mt 2, 11). Es probable que la comunidad de Mateo, al escuchar este relato pensara en Isaías, quien de forma poética había predicho:
«¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos.
Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.» (Isaías 60, 1-6)
Y de todo ello concluyeran que aquellos sabios de Oriente representaban a todas las naciones de la tierra que, atraídas por la luz de Cristo, caminarían hacia Él. ¡Cuántas personas de tan diversas culturas en todas las épocas han caminado a través de la oscuridad siguiendo la Luz de Cristo que percibían en las muchas y muy creativas formas que Dios tiene de manifestarse!
Hoy día podemos leer estas líneas poéticas de Isaías cambiando la palabra «Jerusalén» por «Iglesia», con ello el texto adquiere un nuevo sentido y significado: Hacia la congregación de los creyentes, hacia el Cuerpo de Cristo vivo, se dirige una multitud de hombres y mujeres desde las afueras, desde lo periférico, desde zonas remotas en distancia o distantes en la oscuridad, hacia la Luz de Cristo en su Iglesia. ¡Todo esto es motivo de alegría!
¡En Cristo se cumplen las profecías antiguas! ¡Él es el misterio escondido manifestado para nuestra liberación! De él podemos decir con firme confianza lo que canta el salmo 72:
«Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector. Él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres» (Salmo 72, 12-13)
Pero esta manifestación del Dios Revelado y de su salvación exigen de nosotros una vida coherente con el misterio que nos salva, con la fe que profesamos. Hoy día muchas y muchos tocan las puertas de nuestras iglesias pidiendo acogida y hospitalidad, muchos vienen de lejos, de países en guerra (del Oriente) o naciones en grave crisis económica, mendigando sustento y oportunidades; y en nuestro entorno ¿Cuántas y cuántos no caminan a oscuras buscando una luz para sus vidas?
El reto tuyo y mío es hacer realidad tangible el misterio revelado en Epifanía hacia todas estas personas que andan extraviados y mendicantes. Cristo no se nos reveló para que lo tengamos escondido. Cristo no ha brillado en el mundo para que lo ocultemos. Cristo quiere brillar como faro en nuestro mundo oscuro de egoísmo y nosotros debemos ayudar a que su luz resplandezca.
Que, como san Pablo, seamos transmisores del misterio de Gracia manifestado en Cristo, que nuestras iglesias se gocen por sus hijas e hijos que vienen del Oriente; que tengamos el corazón y las puertas abiertas para acoger y ser luz, porque solo así habremos comprendido el misterio de la Epifanía y su Luz nos habrá iluminado. ¡Amén!