14° Domingo después de Pentecostés

 

Jesús: Palabras duras, Palabras de Vida

 

Oración del día (litúrgica): Dios de la gracia, Tu bendito Hijo vino de cielo para ser el verdadero pan de vida para el mundo. Danos siempre de este pan, para que viviendo Él en nosotros y nosotros en Él, y fortalecidos por ese pan podamos vivir como su cuerpo en el mundo,   por tu Hijo, Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Amén.

 

+ Lecturas del culto: Josué 24: 1-2. 14-18; Sal 34; Ef 6: 10-20.

 

+ Evangelio de Juan, 6: 56-69.

Jesús dijo: Todo el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Yo vivo gracias al Padre viviente que me envió; de igual manera, todo el que se alimente de mí vivirá gracias a mí. Yo soy el pan verdadero que descendió del cielo. El que coma de este pan no morirá —como les pasó a sus antepasados a pesar de haber comido el maná— sino que vivirá para siempre». Jesús dijo esas cosas mientras enseñaba en la sinagoga de Capernaúm.

Muchos de sus discípulos decían: «Esto es muy difícil de entender. ¿Cómo puede alguien aceptarlo?».

Jesús estaba consciente de que sus discípulos se quejaban, así que les dijo: «¿Acaso esto los ofende? ¿Qué pensarán, entonces, si ven al Hijo del Hombre ascender al cielo otra vez? Solo el Espíritu da vida eterna; los esfuerzos humanos no logran nada. Las palabras que yo les he hablado son espíritu y son vida, pero algunos de ustedes no me creen». (Pues Jesús sabía, desde un principio, quiénes eran los que no creían y también quién lo traicionaría). Entonces les dijo: «Por eso dije que nadie puede venir a mí a menos que el Padre me lo entregue».

A partir de ese momento, muchos de sus discípulos se apartaron de él y lo abandonaron. Entonces Jesús, mirando a los Doce, les preguntó:

—¿Ustedes también van a marcharse?

Simón Pedro le contestó:

—Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes las palabras que dan vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.

 

+ Reflexión:

Los que siguen a Jesús cada vez parecen ser menos. Él comienza multiplicando el pan para cinco mil personas y acaban siguiéndole apenas un puñado, la razón: «Esta palabra es muy dura… Esto es muy difícil de entender, ¿quién puede aceptarlo?…»

Nosotros los cristianos podemos caer en el mismo resbaladero. Amamos a nuestra iglesia o congregación, a nuestros pastores y compañeros mientras nos alimenten (Juan 6:26), es decir, mientras todo va bien, pero a penas se pone en práctica en la comunidad un estilo de cristianismo inclusivo, libre y fiel a la Buena Noticia, saltan las objeciones de conciencia. La iglesia puede abrir la puerta a los inmigrantes, los divorciados, los que tienen dudas, los homosexuales y los pobres, pero los objetores de conciencia aprovecharán siempre para salir por la misma puerta argumentando «esta Palabra es muy dura…»

Sin embargo, ¿hemos pensado nosotros cuáles palabras duras proferimos en nuestros labios o corazones? Consideramos que abrir los brazos al prójimo y comulgar con quien piensa distinto es duro, y afirmamos que «comernos» la Buena Noticia y vivir cada día las exigencias del Evangelio (comer y beber el cuerpo y sangre del Señor) son duros – difíciles – pero no reparamos en lo mucho más duros que somos cuando criticamos a otros, cuando mentimos, estafamos, hurtamos o discriminamos a los demás aún pensando que Dios lo ve y no se entera (salmo 10:11)

También podemos pensar que es muy duro perder objetores de conciencia a cambio de ganar libertad para quienes buscan una Buena Noticia en sus vidas. En ese sentido añoramos a quienes se han marchado llevándose sus objeciones al Evangelio y anhelamos hacerles volver sacrificando la fidelidad al Evangelio, cerrando nuevamente la puerta. En esto no nos diferenciamos mucho de los israelitas que añoraban el pasado egipcio y sus deidades considerando que luchar por la tierra prometida era algo muy duro.

Quizá como colofón a esta sección del pan que hemos estado reflexionando desde hace varios domingos valga poner el práctica el consejo de san Pablo: «Examínese cada uno a sí mismo, y coma así el pan, y beba de la copa… pues el que come indignamente el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí» (1 Cor 11: 28-29)

Examinemos en qué sentido hemos llegado a ser duros contra nosotros mismos, duros contra los demás, duros contra la iglesia y hasta contra Dios. Pidamos también la Gracia de mantenernos fieles al Evangelio no obstante los que intentan diluirlo, sabiendo que solo Cristo tiene Palabras de Vida eterna (Juan 6:68).

+ Para pensar durante la semana:

  • ¿Esto te ofende? (Juan 6:61) ¿Me ofende que en mi iglesia hayan inmigrantes, homosexuales, las mujeres tengan papeles activos o no se sigan las tradiciones? – Es tiempo de revisar si no me estoy alejando mucho del camino del Evangelio.
  • Mi familia y yo serviremos al Señor (Josué 24:15) Podemos optar por servir a los ídolos que sirvieron nuestros padres (tradicionalismo, machismo, discriminación étnico-racial, elitismo cristiano, homofobia…) o servir al Señor (Juan 6:65).
  • Orando en toda ocasión, revestidos con la armadura de la fe (Efesios 6:18) ¿Cómo va tu vida de oración/diálogo con Dios? ¿Oras por tus hermanos y hermanas que se han ido, por quienes llegan y por quienes están en camino?
  • Esta palabra es muy dura (Juan 6:60) Esta semana orar con el salmo 51:10 como antídoto contra la dureza del corazón.

 

 

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