Mirar desde la Resurrección

 

 

Aprendiendo a mirar la realidad con los ojos de la resurrección

El Evangelio de hoy se encuentra ubicado en San Juan, capítulo 20, los versículos del 1 al 18. Es el primer día de la semana, el domingo inmediato después de la crucifixión de Jesús y es María Magdalena, una de sus seguidoras la que se encuentra con que la piedra que cubría la tumba había sido removida. Es como si fuésemos al cementerio a visitar una tumba hoy y viéramos que la lápida de dicha tumba hubiese sido quitada. En reacción a esto ella corre donde dos de los discípulos de Jesús y les da la interpretación que ella tiene de los hechos: se han llevado el cuerpo del Señor y no sabemos dónde le han puesto.

María Magdalena saca conclusiones precipitadas sobre un hecho que la ha desbordado: alguien se ha llevado el cuerpo de Jesús. El proceso de la fe se ha iniciado en ella en medio del conflicto cognitivo que le suscita a María el encontrarse con la realidad de una piedra que alguien –supone ella– debe haber removido. Y nosotros, como ella, muchas veces no vemos el poder de la resurrección porque anticipamos escenarios negativos, convirtiéndonos en profetas de nuestras propias calamidades, no permitiendo que la novedad y la sorpresa de la acción del Espíritu en medio de nuestras oscuridades iluminen nuestras vidas y nos inunden con señales de esperanza.

Lo que sucede con los dos discípulos que acompañan a María de regreso a la tumba parece ligeramente más promisorio. Ambos entran a la tumba y ven los lienzos con los que se había envuelto el cuerpo de Jesús. Esos lienzos están allí como testigos del cuerpo que contuvieron y que no está más. Y el evangelio dice que el otro discípulo “vio y creyó” pero, ¿Qué fue lo que creyó? ¿Que efectivamente el cuerpo de Jesús no estaba allí? ¿Que se lo habían robado? Porque según el Evangelio, “aún no habían entendido que era necesario que él resucitase de los muertos”.

Los discípulos no terminaron de entender qué había sucedido a pesar de la evidencia que habían visto. Sin embargo, dieron un paso importante: Dice el texto que, “regresaron a los suyos”. En estos tiempos en que el aislamiento social es una medida de emergencia que tenemos que vivir frente a la epidemia del Covid19, regresamos a “los nuestros”, si bien no de manera física, pero de muchas otras maneras. La comunidad se hace presente en nuestras oraciones, en los mensajes que son enviados a las familias, en las llamadas telefónicas y los correos electrónicos que enviamos y recibimos, en todo esto está presente la comunidad en nuestras vidas, en medio de nuestras pérdidas, nuestras dolencias, nuestras alegrías y nuestras esperanzas. No tenemos el escenario totalmente claro en estos días. No disfrutamos plenamente la celebración del resucitado como hubiésemos querido; pero la iglesia, la comunidad, “los nuestros”, que son llamados en la Biblia el “cuerpo de Cristo”, son una manera de evidenciar la presencia de Jesús resucitado en cada uno de nuestros hogares y de nuestras vidas.

Regresemos al relato de María Magdalena. Los últimos versos del pasaje nos muestran a una María que está llorando. Cuatro veces en el texto se menciona la palabra “llorar” o alguna de sus variantes. Las lágrimas de María Magdalena son el siguiente paso en el proceso pedagógico que ella está siguiendo para aprender a mirar la realidad con los ojos de la resurrección. Las lágrimas que son símbolo de nuestras emociones o sentimientos. En una sociedad machista como la nuestra las lágrimas están generalmente asociadas con un comportamiento típicamente femenino y en los varones son consideradas como una debilidad. En la lógica del Reino de Dios esto no es así.

No hay que olvidar que en el mismo evangelio de Juan hasta Jesús lloró por la muerte de su amigo Lázaro. Involucrar nuestras emociones en nuestra comprensión del evangelio y de la vida cristiana en general, es parte de la buena noticia del día de hoy. En el texto María, en medio de sus lágrimas, está hablando con el mismo Jesús y no se da cuenta. Ella cree que es el hortelano del huerto que quizás sea quien se llevó el cuerpo de Jesús. Pero es en medio de esta apertura del alma, es a través de una sensibilidad abierta al amor por su maestro que María logra percibir la voz de Jesús resucitado, en medio de su dolor y de sus lágrimas. Y quizás a causa de ellas. Es como cuando escuchas que alguien te llama por tu nombre pero en esa entonación particular que solo lo hacen tus seres más queridos y más cercanos a ti. Allí María reconoció a Jesús resucitado y a partir de ese reconocimiento ella fue comisionada a transmitir las buenas noticias de la resurrección al resto de los discípulos.

Termino con esta reflexión apuntando a la necesidad de desarrollar en nosotros, hombres y mujeres de fe, esa sensibilidad que involucra el sentimiento y el pensamiento de la fe. Un amigo mío diría: es la dimensión senti-pensante del evangelio. Vivamos la celebración de la resurrección del Cristo de la Semana Santa como una revelación del misterio de Dios en medio de nuestras limitaciones, nuestras aflicciones, y en la fe y la confianza de una esperanza viva acerca de que mejores días vendrán para nuestro país, nuestras familias y nuestra comunidad. Porque Él lo ha prometido y porque creemos en su promesa.

Amén.

 

+ Rev. Oscar Amat.

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