Reflexiones de Cuaresma: Le hablaré al corazón
«Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto…» (Lucas 4:1) Así dice el evangelio que leíamos el primer domingo de Cuaresma. Jesús baja al desierto a prepararse para su futuro ministerio en medio de su pueblo, lo primero que nos preguntamos es ¿por qué al desierto?.
El desierto es un lugar con una importante simbología bíblica. Desierto es símbolo de encuentro con Dios, es el lugar de encuentro por excelencia con el Dios trascendental, pero además es un lugar de lucha con nosotros mismos y nuestras propias tendencias pecadoras y egoísmos, es el lugar donde nos encontramos solos con nosotros mismos, donde no hay auto-defensas, y por tanto podemos ver claramente cómo somos y qué debemos mejorar.
El desierto no es un lugar fácil. Es árido, solitario y abrasador, es allí en medio de las luchas y el auto-conocimiento que Dios nos sale al encuentro.
El profeta Oseas, al hablar del deseo de Dios por reconquistar el interés y la fidelidad de su pueblo dice: «Yo la atraeré y la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón» (Oseas 12:16), Dios nos habla realmente al corazón en medio de nuestros desiertos: nuestras crisis, nuestros problemas económicos, familiares o enfermedades. El desierto es un lugar y un tiempo de aprendizaje, de preparación para algo grande, y de entrenamiento.
El pueblo de Israel caminó 40 años por el desierto antes de llegar a la tierra prometida; este largo periodo les sirvió como una escuela espiritual donde debían aprender a despojarse de sí mismos y sus falsas seguridades – como el deseo de volver a Egipto – y aprender a confiar en Dios y en su poder. Elías también caminó por el desierto durante 40 días para encontrarse con Dios en el Horeb, él experimentaba una terrible crisis y estaba siendo perseguido ¡deseaba morirse de la angustia! pero finalmente Dios se mostró ante él y le infundió valor (1 Reyes 19: 1-18), también Elías aprendió allí que Dios no estaba en el caos del terremoto, ni en el fuego ni en el huracán, sino que su presencia es como la caricia suave y consoladora de la brisa fresca (1 Reyes 19: 12-13).
El desierto es también el espacio donde resuena la voz de Dios, su mensaje, como un eco, como un rugido, en palabras de Amós: «Dios habla, ruge el león, ¿quién no lo oirá?» (Amós 3:8). Fuera de las ciudades – con sus ánimos distractores – lejos del ruido exterior e interior en el que vivimos inmersos, en el desierto hay solo silencio. No podemos oír sino la voz de Dios y nuestra propia conciencia. Es el lugar donde también esta conciencia nuestra nos da guerra, nos acusa, nos revela aquello que no nos gusta de nosotros mismos y que el ruido de la cotidianidad ayuda a enmudecer… ¡El desierto es el lugar de las tentaciones!
Israel se sintió tentado muchas veces en el desierto, muchas veces deseó volver a la comodidad negligente de Egipto o a cambiar a Dios por otros dioses hechos a su medida: rendirse culto a sí mismos y sus egoísmos; aunque Dios los guiaba e instruía pacientemente ellos «Volvían a pecar contra Él, rebelándose contra el Altísimo en el desierto; tentaron a Dios en su corazón pidiendo comida a su gusto y hablando contra Dios…» (Salmo 78: 17-18).
Desierto es lugar de pruebas. Por eso no nos extraña – con todo esto – que Jesús fuera llevado por el Espíritu al desierto para instruirlo y prepararlo para su ministerio. Las pruebas tentaciones de las que hablan los evangelistas, las tentaciones a las que Jesús tuvo que enfrentarse en el desierto, son también nuestras tentaciones. Sin embargo, Jesús venció enderezando los torcidos argumentos pseudobíblicos del tentador y poniendo las cosas en su sitio. Es en nuestros desiertos que nos saboteamos y tentamos a nosotros mismos intentando torcer incluso nuestra integridad y nuestra fe.
La Buena Noticia es que a pesar de esto, el desierto es un lugar necesario para nosotros, ¡Debemos entrenarnos espiritualmente para afrontar no solo las contrariedades de la vida sino ayudar a otros en sus propias luchas! Dios no nos abandona en nuestros desiertos, nos guía a cada paso y nos instruye: «El Señor adiestra mis manos para la batalla, y mis dedos para la guerra» (Salmo 144:1). La Buena Noticia también es que el desierto no es para siempre. El pueblo de Israel finalmente llegó a la Tierra Prometida, Elías finalmente llegó al Horeb, y Jesús dejó luego el desierto para iniciar su ministerio.
Dios pone a tu lado personas para que en su nombre te guíen y acompañen: «He aquí que Yo envío mi Ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado…» (Éxodo 23:20), son las personas que Dios ha movido para ayudarnos a entender sus planes y para consolarnos, a veces zarandeándonos para que no nos durmamos por el desánimo o la indolencia: «… El ángel lo despertó y le dijo: Levántate y come […] Y volviendo por segunda vez el ángel del Señor lo despertó diciendo: Levántate y come, que aún queda mucho por caminar…» (1 Reyes 19: 5-7).
Esta Cuaresma es la oportunidad ideal para volvernos a Dios sea que estés atravesando tus propios desiertos o no. No olvides que Dios desea hablarte al corazón. Aún en medio de las crisis o las bonanzas debemos buscar tiempos de silencio interior para discernir qué nos quiere decir el Señor. Su Palabra siempre está resonando como el eco en el desierto para instruirnos, y su Gracia siempre está disponible a nosotros en la oración, su misericordia y sus promesas se renuevan cada mañana (Lamentaciones 3: 22-23).
«¡Vuelve al Señor tu Dios, porque Él es compasivo y clemente. Lento para la ira y rico en misericordia…!» (Joel 2:13)
¡Dios te bendiga!
– Gustavo Martínez S. Vicario.