+ DOMINGO XV DESPUÉS DE PENTECOSTÉS +
.
+ Perdonar como somos perdonados por Dios +
Sermón del domingo 15 después de Pentecostés
+ Mateo 18: 21-35
Entonces se acercó Pedro y le preguntó:
—Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarle? ¿Hasta siete veces?
Le contesta Jesús:
—No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso, el reino de los cielos se parece a un rey que decidió ajustar cuentas con sus sirvientes.
Ni bien comenzó, le presentaron uno que le adeudaba diez mil monedas de oro. Como no tenía con qué pagar, mandó el rey que vendieran a su mujer, sus hijos y todas sus posesiones para pagar la deuda. El sirviente se arrodilló ante él suplicándole: ¡Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré! Compadecido de aquel sirviente, el rey lo dejó ir y le perdonó la deuda.
Al salir, aquel sirviente, tropezó con un compañero que le debía cien monedas. Lo agarró del cuello y mientras lo ahogaba le decía: ¡Págame lo que me debes! Cayendo a sus pies, el compañero le suplicaba: ¡Ten paciencia conmigo y te lo pagaré! Pero el otro se negó y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda.
Al ver lo sucedido, los otros sirvientes se sintieron muy mal y fueron a contarle al rey todo lo sucedido.
Entonces el rey lo llamó y le dijo: ¡Sirviente malvado, toda aquella deuda te la perdoné porque me lo suplicaste! ¿No tenías tú que tener compasión de tu compañero como yo la tuve de ti? E indignado, el rey lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Así los tratará mi Padre del cielo si no perdonan de corazón a sus hermanos.
+ SERMÓN +
El capítulo 18 de Mateo es toda una catequesis dirigida a la congregación cristiana que recoge tres enseñanzas de Jesús acerca de la vida comunitaria de la Iglesia respondiendo a tres preguntas:
- ¿Quién es el mayor entre nosotros? – Mateo 18: 1-5
- ¿Cómo evitar caer o hacer tropezar a los hermanos? – Mateo 18: 6-14
- ¿Cómo debe ser la reconciliación en la congregación y cuál es el alcance del perdón? – Mateo 18: 15-35
Contexto: A finales del siglo I d.C las congregaciones cristianas en Siria y Palestina atravesaban problemas serios de reconciliación entre creyentes y hermanos de la misma raza en el proceso de separación entre la Sinagoga y la Iglesia después de la destrucción de Jerusalén y el Templo en el año 70. La reconstrucción de las comunidades y el asentamiento de una identidad propia que distanciaba a cristianos y judíos fue difícil para familias, amistades y compañeros. Mateo 18 refleja la tensión que vivían los miembros de las primitivas congregaciones que, además, se enfrentaban al reto de abrir sus puertas a creyentes venidos del mundo grecorromano que nunca habían vivido bajo la Ley de Moisés.
En la mentalidad de la época la venganza de las ofensas recibidas, el Talión, era una ley sagrada, y por contrario el perdón o la compasión eran considerados humillantes tanto para quien lo daba como para quien lo recibía.
La pregunta de Pedro: En el pasaje que hemos escuchado hoy Pedro se adelanta para hacer una pregunta aritmética: ¿Cuántas veces debo perdonar a mi hermano? ¿Hasta siente veces? Con esto pretende esclarecer cuál es el límite del perdón, cuántas oportunidades dar, cuándo podemos dar por agotada nuestra misericordia (y nuestra paciencia)?
El 7 es el número simbólico de la perfección, podríamos caer en la tentación de pensar que el perdón perfecto viene dosificado, pero Jesús responde a la pregunta de Pedro dándole un verdadero sentido al perdón: No siete veces sino setenta veces siete; no con límite o dosis sino ilimitadamente, setenta veces siempre.
La parábola de Jesús: Como un buen maestro Jesús ilustra lo que acaba de decir con una parábola acerca de dos siervos deudores y un rey. El rey representa a Dios, uno de los siervos debe diez mil talentos, el equivalente a 164 toneladas de oro ¡Una cifra impagable!
El siervo promete pagar la suma, pero aunque él, su esposa y su familia entera trabajasen toda la vida no lograrían pagar una suma tan grande. Esto nos habla de nuestra propia deuda con Dios: No hay forma alguna en que nosotros podamos con nuestro propio esfuerzo redimirnos a nosotros mismos, ni tampoco hay manera humana en que podamos pagarle a Dios un rescate o compensación por nuestros pecados, simplemente sería imposible como en el caso del deudor de los diez mil talentos.
A propósito de esto el salmo 49: 7-8 comenta:
“Ninguno podría en manera alguna redimir a su hermano, ni dar a Dios un rescate.
Porque la redención de la vida es de gran precio y no se logrará jamás.”
La deuda que cada uno de nosotros ha tenido con Dios es impagable, sin embargo nuestro Dios en su inmenso amor la cubre Él mismo por pura gracia, de pura gratuidad. No nos pide ningún sacrificio, ninguna práctica ni ningún acto de piedad porque sabiendo que no podremos pagarle nos la perdona de pura gratuidad no por actor o por méritos nuestros sino porque nos ama. Esto es lo que llamamos, hermanas y hermanos, justificación por la gracia de Dios, que aunque somos injustos y pecadores, deudores de Dios, Él en su infinita misericordia cubre todas nuestras faltas y cancela nuestra deuda declarándonos justos solo por la fe, como afirma san Pablo en la epístola a los Efesios 2: 8-9:
“Por gracia sois salvos, por medio de la fe; y esto no por vuestro mérito sino como un don de Dios; no por obras que hayáis hecho para que nadie se gloríe de sí mismo.”
Hasta ahora esta parábola ha ilustrado la relación de gracia y perdón entre Dios y nosotros, pero queda aún una segunda parte, nuestra relación de perdón hacia nuestro prójimo;
“Saliendo aquel siervo, halló a uno de sus compañeros que le debía cien denarios; y ahorcándolo le exigió: págame lo que me debes…” – v. 28.
La actitud del siervo hacia su compañero retrata la mezquindad del corazón humano. Unos a otros nos debemos cien denarios, es decir: una tontería en comparación con lo que le debíamos a Dios y Él nos ha perdonado. No existe comparación entre las dos deudas, entre 164 toneladas de oro y 30 gramos de oro.
Lo paradójico es que el siervo perdonado no quiso perdonar, trata a su compañero como el rey lo habría tratado a él y no lo hizo. En consecuencia, los amigos del siervo, indignados por esta actitud lo acusan ante el rey quien procede con todo rigor a revocar la condonación de la deuda echándole en cara su vergüenza:
“Toda aquella deuda te la perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu compañero, como yo tuve misericordia de ti?” – v. 32-33
Dicho esto le arrojó en la cárcel donde está hasta el día de hoy, porque no conseguirá pagar jamás 164 toneladas de oro. Jesús concluye la parábola con una moraleja para todos nosotros:
“Así también hará mi Padre celestial con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.” – v. 35
Atención: no dice solo perdonar, sino perdonar de corazón. Los cristianos no vivimos en la ley del Talión, la ley de la venganza al estilo de Caín:
“Siete veces será vengado Caín, mas setenta veces será vengado Lamec” – Génesis 4:24
A la tímida y comedida propuesta de Pedro Jesús responde con el setenta veces siete: buscar siempre y sin descanso las vías del perdón y la reconciliación. Si el mundo aplaude la venganza los cristianos construimos la reconciliación.
Perdonar no es fácil, en muchos casos implica un proceso más complejo que puede demorar tiempo, pero se trata de un proceso liberador tanto para quien perdona como para quien es perdonado, como afirma Shakespeare en El Mercader de Venecia:
“El perdón es como lluvia que cae desde el cielo sobre la tierra. Es dos veces bendito porque bendice a quien lo da y bendice a quien lo recibe.”
Jesús nos enseña hoy que el perdón y la reconciliación no pueden tener límites. Como discípulos de Jesús estamos llamados a construir siempre puentes de reconciliación entre nosotros y entre las personas. En este tiempo procuremos examinar nuestro corazón para discernir qué debo desatar, qué debo perdonarme o perdonar a otros, qué puente aún estoy pendiente por tender.
¿Quieres tener la voluntad de perdonar y de pedir perdón? Entonces pide esta gracia, porque:
“Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” – Filipenses 2:13
Que Jesús, el dueño de los corazones, nos ayude a tener voluntad para perdonar, humildad para reconocer nuestras faltas, y gracia para alabarle por la inmensa misericordia que a diario muestra por nosotros. Amén.
+ Rev. Gustavo Martínez S.