23° Domingo después de Pentecostés
CRISTIANOS ANTI-SISTEMA
+ Evangelio de Marcos 10, 35-45:
Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
—Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir.
Les preguntó:
—¿Qué quieren de mí?
Le respondieron:
—Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Jesús replicó:
—No saben lo que piden. ¿Son capaces de beber la copa que yo he de beber o recibir el bautismo que yo voy a recibir?
Ellos respondieron:
—Podemos.
Jesús les dijo:
—La copa que yo voy a beber también la beberán ustedes, el bautismo que yo voy a recibir también lo recibirán ustedes; pero sentarse a mi derecha y a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.
Cuando los otros lo oyeron, se enojaron con Santiago y Juan.
Pero Jesús los llamó y les dijo:
—Saben que entre los paganos los que son tenidos por gobernantes dominan a las naciones como si fueran sus dueños y los poderosos imponen su autoridad.
No será así entre ustedes; más bien, quien entre ustedes quiera llegar a ser grande que se haga servidor de los demás; y quien quiera ser el primero que se haga sirviente de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.
+ Comentario:
La lectura de este domingo nos acerca a una de las múltiples dimensiones humanas de los discípulos de Jesús: la ambición. Muy probablemente la idea que tenían sobre el mesianismo de Jesús de Nazaret haya sido de un mesianismo político, esperaban a un líder que expulsara a los invasores de Jerusalén e instaurara una monarquía pura. Pero los planes de Jesús no son esos. La ambición de los discípulos y su osada petición chocan de frente con el anti-sistema político del cristianismo.
Santiago y Juan hicieron lo que hoy denominamos «carrerismo«, pretendían escalar posiciones y aspiraban a sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús en su «reino», quizá como Primer Ministro y Canciller respectivamente. Naturalmente esta petición choca con los demás discípulos y suscita indignación, no porque los otros diez entendiesen que el Reino no está basado en estructuras jerárquicas de poder y dominio, sino porque probablemente aspiraban a los mismos primeros puestos, luchando unos con otros por quién sería el primero (Mc 9, 33-34) sin entender las enseñanzas de Jesús al respecto, no tanto por dureza de cerviz como por ser hijos de su tiempo y su cultura.
Jesús aprovecha nuevamente para reunirlos y ejercer de pedagogo entre ellos. La enseñanza que dejó entonces a los discípulos, y a nosotros, es absolutamente anti-sistema, pues frente al orden «normal» de las cosas en el que unos pocos gobiernan sobre una mayoría ejerciendo autoridad y despotismo, sirviéndose de la sociedad, Jesús propone el modelo contrario: «Quien entre ustedes quiera llegar a ser grande que se haga servidor de los demás; y quien quiera ser el primero que se haga servidor de todos.»
Jesús recuerda que los que dominan a los demás ejercen corrupción y gobiernan desde la opresión, algo muy en consonancia con Proverbios 14,31: «El que oprime al pobre afrenta a su Hacedor; Más el que tiene misericordia del pobre, lo honra.» Pero no azuza a los discípulos a satisfacer sus ambiciones pasando por encima de los demás, de hecho, Jesús no parece ser competitivo en absoluto (algo que nos choca en nuestra cultura moderna ultra-competitiva) ni promueve escalar posiciones «serruchando el piso a los demás» sino que plantea un modelo contrario: el servicio.
En el orden nuevo del Reino quienes quieren ser los primeros deben hacerse los últimos. Quienes quieren estar al frente no deben hacerlo desde la opresión ni la escala de posiciones socio-económicas sino desde el servicio. En el Reino que plantea Jesús de Nazaret no hay una jerarquía eclesial, social o política en el que unos pocos se sientan sobre la mayoría, sino que los primeros son y deben ser los servidores de todos.
Es interesante que recurramos continuamente la palabra «servidores». A diferencia de un «siervo» (que sirve por obligación, y en pésimas condiciones laborales), un «servidor» sirve de corazón, espontáneamente, por propia voluntad. Jesús nos llama a ser servidores, no siervos. Y para dar Él mismo el ejemplo añade: «Porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.» De modo que antes que las palabras ya nos ha enseñado con el ejemplo pues su vida fue un continuo pasar haciendo el bien (Hch 10,38).
Desde esta óptica, el mensaje de Jesús sigue siendo anti-sistema tanto ayer como hoy. Hace temblar a potentados económicos, políticos, personalidades sociales y a los príncipes de las iglesias que se amparan en sus prerrogativas para servirse de los demás eludiendo la humildad del servicio a que estamos llamados. Nuestra vocación real no es a beneficiarnos de otros, no existe en el cristianismo el capitalismo salvaje y liberal; nuestra vocación es el servicio.
Una vida sin servicio podría definirse como una vida no vivida. Una vida no plena, sin sentido. El servicio aporta plenitud y libertad pues hace de nosotros creyentes útiles en medio de un mundo desangrado por el egoísmo y la auto-complacencia. De hecho si nosotros los cristianos y cristianas, que estamos llamados a servir, no hacemos de nuestro barrio, nuestro trabajo, nuestro hogar, nuestra ciudad… un lugar más acogedor, estaremos fallando a nuestro llamado.
El servicio que Cristo nos pide no consiste en alabanzas excéntricas ni en cultos ruidosos, nuestro servicio consiste en estar disponibles para los demás, y pasar haciendo el bien cada día, allí donde estemos, no para ganar el cielo, sino como fruto espontáneo de nuestra fe.
¡Que el Señor nos conceda su Gracia, y nos haga servidores con corazones dispuestos y manos disponibles!