21° DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 

 

Hombre y Mujer: Igualdad de condiciones

 

+ Evangelio de Marcos: 10, 1-11.

En aquel tiempo, llegaron unos fariseos y, para poner una trampa a Jesús, le preguntaron:
—¿Puede un hombre separarse de su mujer?
Les contestó:
—¿Qué les mandó Moisés?
Respondieron:
—Moisés permitió escribir el acta de divorcio y separarse.
Jesús les dijo:
—Porque son duros de corazón escribió Moisés semejante precepto. Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer, y por eso abandona un hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer y los dos se hacen una sola carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne. Así pues, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.
Una vez en la casa, los discípulos le preguntaron de nuevo acerca de aquello.
Él les dijo:
—El que se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera. Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio.

 

+ Comentario:

Muchas veces se ha invocado este segmento de Marcos (junto al correspondiente en Mt 5,31; 19,1-9) para tratar el tema del divorcio. La razón nos parece evidente, sin embargo este evangelio puede aportarnos más, mucho más, que solo una sección moral/disciplinaria sobre el divorcio.

Comencemos detallando la pregunta de los fariseos: «¿Puede un hombre separarse de su mujer?». La pregunta tiende una trampa, en principio los fariseos saben que ya existía la posibilidad del divorcio avalada en Deuteronomio 24,1 y ss pero además saben que Deut 24,1 y ss no versa sobre si es lícito o no divorciarse, en realidad trata sobre la relación de un hombre divorciado hacia su ex-mujer. No preguntan sobre los motivos de un divorcio (cosa estipulada en la Ley) sino sobre la licitud del divorcio avalado por la Ley, con ello pretendían atraparlo contradiciendo o blasfemando contra la Ley.

Los fariseos saben que como «maestro» la posición de Jesús en este tema es mucho más estricto; también saben que su relación con las mujeres es mucho más igualitaria y solidaria que la de sus coetáneos (lo cual no dejaba de causar escándalo), además estaba fresca en la memoria de todos la muerte de Juan el Bautista quien precisamente había denunciado las irregularidades en el matrimonio de Herodes con Herodías (Mc 6, 14-29). Ellos querían hacerlo caer con alguna palabra sobre el divorcio que lo comprometiera en público y le arrastrase al mismo fin que Juan el Bautista. Pero no es así.

Entonces Jesús responde a los fariseos con otra pregunta: «¿Qué les mandó Moisés?», la pregunta no es «¿Qué nos mandó Moisés?», Jesús y sus discípulos no se implican, Él no se aparta de la Ley de Moisés, se aparta de la interpretación de la Ley que hacían los fariseos y que torcía a su capricho los planes de Dios. El conflicto real no es con la Ley sino con el modo de entenderla y aplicarla los líderes religiosos, el conflicto es con la tradición interpretativa que hace a un lado la dignidad humana y abusa de ella (cf. Mc 7,9). Desde esa perspectiva, con la respuesta de los fariseos Jesús re-enfoca la cuestión: «Porque [ustedes] son duros de corazón escribió Moisés semejante precepto…«, Marcos asocia la dureza de corazón a la falta de fe (Mc 8,17), la incredulidad (Mc 16,14) y la rebeldía. Es a causa de esa rebeldía e increencia que se han hecho tales «concesiones» las cuales – precisamente por la dureza de sus corazones – derivaban en abusos.

Jesús pone sobre la mesa del debate el auténtico meollo de la discusión: no se trata si es lícito o no divorciarse según la Ley y las tradiciones, sino si ello estaba de acuerdo con el plan original de Dios. En la época de Jesús la posibilidad del divorcio judío dejaba indefensa a la mujer sin un hogar o medios para subsistir, necesitaba encontrar otro marido que la socorriera, o volver a casa de sus padres. El texto mosaico prescribía que el hombre, solo el hombre, podía dar un acta de divorcio, lo que le daba un rango y un poder por encima de la mujer: desde su posición privilegiada el hombre podía despedir a su esposa por cualquier causa aparente dejándola desvalida, literalmente tenía plenos poderes sobre la vida de la mujer, ¡y es ahí donde la interpretación de la Ley se estaba alejando del plan de Dios!

Jesús les recuerda que al principio «Dios los hizo hombre y mujer, y por eso abandona un hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer y los dos se hacen una sola carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne» (Gn 1,27; 5,2; 2,24). Dios crea a hombres y mujeres en igualdad de condiciones, en igualdad de dignidad, esa igualdad entre ambos se expresa perfectamente en la frase «se hacen una sola carne«. «Ya no son dos», afirma Jesús, sino que son uno (cf. Gal 3,28). Una unicidad que no puede admitir escisiones fraudulentas, ni rangos abusivos ni discriminación; en la unidad e igualdad querida por Dios para hombres y mujeres no caben las divisiones que hacen al otro(a) un ser extraño y desigual.

Si hombres y mujeres forman una igualdad vital, entonces cuanto atenta contra esa igualdad vital se opone al proyecto de Dios que siempre apunta a la vida plena, de modo que – sentencia Jesús – «Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre«, la igualdad en dignidad que gozan hombres y mujeres no puede separarse ni dividirse en base a preceptos o tradiciones humanas, sean religiosas, culturales o legales.

Esta situación planteada por Jesús debió chocar a su auditorio e incluso a sus mismos discípulos quienes – como cada vez que algo les confrontaba o les era difícil de comprender – se acercaron en privado para preguntar de nuevo sobre el mismo tema, ¿estaba hablando en serio?… ¡Cuando se trata de la persona humana Jesús siempre habla en serio!

Entonces, en el contexto de Jesús y su tiempo podemos comprender las palabras finales: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera«, ¡el problema no estaba en romper el vínculo matrimonial (como solemos entender) sino en que se estaba cometiendo un abuso contra la mujer repudiada expulsándola a la calle por el capricho o la lascivia del marido!; el problema no estaba en disolver un contrato – porque tal era y es el matrimonio – sino en aprovechar la posición privilegiada del varón para abandonar a la mujer a su suerte y tomar otra como si fueran objetos de veleidosa mercancía.

Y dado que estamos en el terreno de la igualdad Jesús aplica la misma pauta a la mujer: «Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio…» ¿Por qué? Dos son los motivos: Así se estaba rompiendo con el paradigma de que solo el hombre era el sujeto de derecho, ahora la mujer en su calidad de par debía atenerse también a las mismas disposiciones que garantizan la dignidad por igual, lo cual lleva a la otra parte, Marcos se dirige además a un público gentil donde era posible que una mujer se divorciara de su marido (aunque sin derecho a conservar la dote ni los hijos). Marcos intenta que la igualdad alcance a hombres y mujeres íntegramente.

En Mateo aparece un versículo que muestra lo dura que debió ser para los auditores de Jesús esta palabra. En Mt 19,10 los discípulos se sinceran con Jesús y exclaman: «Si ésa es la condición del marido con la mujer, ¡más vale no casarse!.» No estaban muy dispuestos a renunciar a sus «derechos» masculinos y compartir la igualdad de la condición y la dignidad con las mujeres. No resulta la primera vez en que los discípulos encuentran que el mensaje de Jesús choca con sus hábitos culturales y el establishment socio-religioso, en Mc 10,26 reaccionan con parecido escándalo/asombro ante las exigencias de Jesús sobre un cristianismos sin apego monetario.

+ Para nosotros hoy: Desde nuestra vida doméstica, nuestra relación de pareja, el trato que damos al otro sexo en el trabajo, en la calle, e incluso en la iglesia ¿actuamos desde la igualdad de los hijos e hijas de Dios creados como una sola carne? ¿Todavía promovemos actitudes machistas (barriobajeras o refinadas) que denigran a la mujer? ¿Aplaudimos iniciativas a favor de la desigualdad entre hombres y mujeres excluyéndolas/os de lo que les pertenece? ¿Restamos a la dignidad de la mujer o el hombre mediante el abuso, la mirada lasciva, el acoso sexual, las palabras dobles? ¿Estamos educando a nuestros hijos e hijas para fomentar mañana un mundo en igualdad?

No nos corresponde juzgar sobre la licitud o ilicitud moral de los hermanos y hermanas divorciados, muchas veces bajo circunstancias dolorosas, nos corresponde juzgar – a la luz del Evangelio – sobre la ilicitud de quienes amparados en costumbres y tradiciones religiosas, culturales o legales hacen más grande la absurda brecha entre hombres y mujeres aumentando el desprecio, el abuso y la discriminación hacia el otro sexo. 

 

 

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