Tercer domingo de Cuaresma

Jesús y el Templo

Evangelio del día: Juan 2, 13-22

 

 

Acabamos de leer un evento de la vida de Jesús que tiene una tremenda connotación para el pueblo cristiano, pero que con el devenir de la historia ha sido totalmente distorsionado a partir del siglo IV, cuando empezó la carrera imparable de construir templos suntuosos, costosos; muy hermosos a la vista, pero no necesariamente indispensables para el desarrollo de la fe cristiana.
En el tiempo de Jesús, toda la nación judía tenía solo un templo para el culto divino por voluntad de Dios. Los judíos en general se sentían muy orgullosos de su templo.
        Las reglas para entrar en él eran rígidas. Los gentiles y las mujeres solo podían acercarse hasta cierta parte, y si traspasaban ese límite eran sentenciados a muerte. Los limitados físicamente, tampoco podían entrar en el templo.  Era el templo de un Dios para nada inclusivo.
        En lugares específicos se había montado un comercio de todo lo necesario para el culto divino. Pareciera que una mafia dominaba este mercado.
        Cristo llega al templo, mira a su alrededor, hace un látigo y comienza a echar a toda esa gente fuera del templo, reclamando que estaban haciendo negocio con algo que debiera ser visto y tratado de otra manera.
        ¿Y cuál es esa otra manera?
        Lo que Cristo hizo en ese momento, paralizó las actividades del templo. Y como podría ser de otra manera. Los judíos, que en el evangelio de San Juan son las autoridades del templo y los teólogos y los religiosos que observaban con puntillosidad la religión, ven lo que Cristo hace, y por alguna razón que no se explica en el evangelio, no llaman a la guardia del templo para sacar a ese loco que está armando esa revuelta, alterando el orden ya establecido, sino que entablan una conversación con él.
        Cristo habla de destruir ese templo y que el levantará uno en tres días. Qué cosa tan incoherente es esta… Nadie está hablando de destruir el templo, ni de levantar otro en tres día. Construir el templo ha tomado décadas, y ¿quién puede levantar otro igual en tres días? Qué cosa más absurda es esta. Pero el mismo escritor nos ayuda a salir de nuestra confusión y nos aclara que él está hablando de su propio cuerpo.
        Como lo he dicho en otras oportunidades, a la humanidad le está tomando siglos aprender cosas. Han pasado veinte siglos y aún no hemos aprendido con claridad que desde Cristo, el lugar más importante de nuestro encuentro con Dios es nuestro corazón, nuestra mente, nuestras fuerzas, nuestro prójimo, y la creación misma.
        Este templo no nos hace amantes de Dios ni seguidores de Cristo. Me alegra mucho que este templo sea sencillo. Como seres físicos necesitamos un lugar físico para reunirnos y expresar nuestra adoración a Dios. Esto es importante para nosotr@s como seres gregarios que somos. Pero el verdadero lugar de nuestro encuentro con Dios es dentro de nosotros mismos, solo así seremos mejores fuera de nosotros mismos, con todo lo que nos rodea; ya sea nuestro prójimo o toda la creación.  
        Cristo no nos dejó instrucciones para construir templos. Por más hermosos que estos sean arquitectónicamente, por más costosa que sea su parafernalia y toda obra de arte que se pueda poner en él, todo eso no remplaza al lugar preferido de Dios para encontrarse con nosotros.
        Los templos nos hacen creer que ahí adentro está Dios. Pero Cristo con su enseñanza del evangelio de hoy nos  recuerda lo que dijo en otra ocasión: “donde estén reunidos dos o tres en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”. (Mat. 18: 20). Y donde se reúnan dos o tres en nombre de Cristo, puede ser este templo, sí; pero también puede ser nuestra casa, un parque, la oficina, la escuela, el campo, la orilla de un río, la playa.
        ¿No les parece interesante que Cristo nunca hizo ninguna ceremonia religiosa en el templo? La primera Santa Cena, o Primera Comunión, que hoy solo hacemos mayormente en el templo, la hizo en una casa común, de algún conocido suyo. Y cuidado, Jesús tenía cada conocido suyo…
Se hizo bautizar por Juan en el río, y no en la lujosa piscina para las abluciones en el templo. Su sermón más famoso lo predicó en una montaña…
Entonces qué hacemos con todos esos hermosos templos que se han construido a lo largo de la historia. En realidad, y lo digo sin despreciar el valor artístico que tienen, y que me gusta mucho a mi visitarlos, la mayoría de ellos, si no todos, son monumentos a la megalomanía de sus constructores.  
Cristo y todas y todos los que nos unimos a él, como personas, no como un edificio, somos el nuevo templo de Dios en el mundo. Un templo que ama, que sirve, que no juzga, que perdona, que ayuda, que comparte, que no excluye, que tiene compasión y misericordia.

 

 

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