Sermón del tercer domingo de Pascua

La Vida no es juta, pero Dios es bueno

 

 

 

Hoy mi sermón se basará principalmente en el salmo 4 que acabamos de cantar.  Y podría ponerle por título “La vida no es justa, pero Dios es bueno”, título de un libro del Dr. Robert Schuller, fundador de la Catedral de Cristal en Orange Grove California, en la que trabajé por 8 años; él ha sido promotor de la teología positivista. Hace muchos años leí ese libro. Al pensar en el sermón de hoy me vino a la mente ese título. No hablaré sobre el contenido del libro aunque usaré el título como un leit motif.

        El Leccionario Común nos presenta hoy el Salmo 4, en este Tercer Domingo de Resurrección. El panorama mundial y nacional estos días no es precisamente de tranquilidad y confianza. En el Perú acaba de terminar la Cumbre de la Américas con la asistencia de casi todos los presidentes de la región, menos el Presidente Trump de los EEUU y Nicolás Maduro de Venezuela. Lamento no tener nada bueno que decir de ellos.  Uno de los temas del que más se ha hablado es el de la corrupción a nivel de los gobiernos de América. Los gatos de despenseros…

        El flamante Presidente Vizcarra, en su discurso de clausura de la Cumbre pide “tolerancia cero a la corrupción” y sin embargo en su gabinete hay ministros seriamente cuestionados por el mismo tema. Hemos leído de congresistas que hay ido a dicha cumbre a hablar de la corrupción, sin embargo el Congreso del Perú en estos sus momentos más oscuros, encubre corrupción.  

        La vida no es justa, pero Dios es bueno.

 

        Y cómo podríamos callar este domingo sobre la guerra en Siria, si tomamos en serio nuestra vocación que hemos asumido en nuestro bautismo, el de ser embajadores de paz y justicia en el mundo. No podemos ser indiferentes al dolor, al terror, a la destrucción, a la desolación que producen las guerras, de las que solo salen ganando los fabricantes de armas, y las corporaciones que se ofrecen a reconstruir, si es que hay dinero, los destrozos causados. Pero lo más triste y lo que nos debe hacer sensiblemente anti-armamentistas son las vidas humanas que mueren dejando sumidas en el dolor y el espanto a sus familias. Sobre esto, los Pro Familia no dicen nada.  

       La vida no es justa, pero Dios es bueno.

        Vivimos en una sociedad cada vez más agresiva y delincuencial. Cada vez tenemos más desconfianza de los desconocidos y de los que no son como nosotros. Oímos de amigos y conocidos que han sido asaltados, o al regresar a sus casas se dieron con la ingrata sorpresa de que los amigos de lo ajeno se llevaron sus cosas.

 

        La vida no es justa, pero Dios es bueno.

        De pronto alguien de la familia se enferma de gravedad y muere repentinamente. A veces nos preguntamos porque muere gente tan buena, o tan joven. Esta situación trae mucha dolor, tensión e inestabilidad a toda la familia. 

 

La vida no es justa, pero Dios es bueno.  

Este es el mundo en el que transcurre nuestra vida. Este es el mundo en el que despertamos cada mañana. Y bebemos un café para templar nuestro ánimo, y salir a trabajar para ganarnos el sustento de cada día.

 

La vida no es justa, pero Dios es bueno.

Dios es bueno porque no vivimos llorando las 24 horas del día a pesar de las circunstancias. Dios es bueno porque le tenemos a Él que además de su amor, nos da la fe y la esperanza para vivir y descubrir que en medio de toda esa agresividad, surge el gozo que nos dan otros factores de la vida que también son realidades diarias.

Cuando decimos, “¡Aleluya, Cristo ha resucitado!” muchos aun  responden, “¡En verdad Él ha resucitado! ¡Aleluya!, y lo dicen de corazón. Pero hay muchos otros que nos pueden encarar y decir, “De qué estás hablando”.

En los días de la pasión y muerte de Cristo, la situación no era mucho mejor en Israel. El Imperio Romano pesaba muy fuerte sobre sus espaldas. Y como si eso fuera poco la religión no era un verdadero alivio para la pobre gente. También los líderes religiosos cobraban impuestos, y había otros factores que hacían la vida pesada. Los discípulos de Cristo pensaban que Él era el gran libertador que necesitaban y esperaban. Por eso su muerte, incomprendida aún por ellos, les dejó un sabor amargo frustración y miedo.

Dos de ellos iban caminando hacia un pueblo llamado Emaús. Eran dos discípulos cuya fe y esperanza estaban heridas de muerte. La hora del día acentuaba el peso de su carga emocional, pues anochecía. Los crepúsculos son muy melancólicos, y son más tristes cuando hay dolor en el alma.  Estos dos discípulos caminaban obnubilados por la muerte de su mayor y mejor esperanza de toda la vida. Iban tan frustrados que no pudieron reconocer al “forastero” que se les acercó y les empezó a platicar con ellos. Era el mismo Señor.

El Salmo 4 comienza con un clamor que bien puede salir de los corazones atribulados de millones de personas hoy en el mundo, de la misma forma que en el tiempo en que fue cantado por primera vez, o en el tiempo de los discípulos inmediatamente después de la muerte de Jesús. Pero termina con las palabras que solo una fe y esperanza enraizadas en el triunfo de Jesús sobre toda circunstancia, especialmente la muerte: “En paz me acostaré y así también dormiré, Porque sólo Tú, Señor, me haces vivir seguro.”

 

La vida no es justa, pero Dios es bueno.

El temor que brota de nuestra fragilidad, de nuestra vulnerabilidad, de nuestro miedo, se expresa en el primer versículo del Salmo: “Cuando clamo, respóndeme, oh Dios de mi justicia. En la angustia me has aliviado; Ten piedad de mí, escucha mi oración.”  Para luego terminar con un versículo que casi podría ser una canción de cuna para cualquier edad, solo que no necesitas que nadie te la cante, porque el Espíritu Santo te hace cantar a ti mismo: “En paz me acostaré y así también dormiré, porque sólo Tú, Señor, me haces vivir seguro.”

 

La vida no es justa, pero Dios es bueno.

 

¡Aleluya! Cristo ha resucitado.

¡En verdad ÉL ha resucitado! ¡Aleluya!

 

– Pastor Pablo Espinoza.

 

 

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