Los gestos de nuestro Dios

SERMÓN DEL V Domingo después de Epifanía

Lecturas: Isaías 40, 21-31 / Salmo 147 / 1 Cor 9, 16-23 / Mc 1,29-39

Los gestos de Jesús nos enseñan a estar siempre disponibles a nuestro prójimo.

Cuando queremos conocer a una persona estudiamos sus palabras: ¿qué dice? ¿cómo lo dice? ¿en qué contexto? ¿dice verdad o miente?, pero no bastan las palabras, también nos fijamos en los gestos. 

El evangelio de hoy nos muestra los gestos de Jesús, sus gestos son una catequesis que nos habla de la cercanía y el amor de Dios hacia nosotr@s.

Jesús toca. Sus manos son tan elocuentes como sus palabras, él toca al leproso y al ciego, toma de la mano con suavidad a la hija de Jairo y a la suegra de Pedro, agarra con firmeza al mismo Pedro para que no se hunda, acaricia a los niños, e impone las manos para transmitir sanidad a poseídos y enferm@s. Él no es un curandero itinerante, el toque de sus manos transmite liberación, perdón, paz, y sobre todo, vida.

Dios es un apasionado por la vida. A su alrededor se aglomeran quienes sufren, l@s excluid@s, desvalid@s, miserables, toda nuestra miseria humana parece apiñarse a su alrededor en busca de consuelo, perdón y salud, y él toca, toma las manos, levanta, devuelve la vida y la dignidad allí donde estaban perdidas.

Nuestro Dios es un apasionado por la vida plena de sus hij@s. Sin embargo es confuso constatar que nosotr@s no seguimos sus pasos: cada vez somos más insensibles al sufrimiento ajeno. Los medios masivos de comunicación convierten el dolor de otr@s en crónicas reseñables y mórbidas que llegamos a contemplar con hastío, indiferencia, apatía u horror. Somos incapaces de sentir con quienes sufren.

La Buena Noticia de hoy nos enseña que debemos abandonar nuestra apatía si queremos seguir a Jesús, porque el amor cristiano es siempre interés por la vida, pasión por la felicidad del prójimo. Dios ama tan profundamente nuestra vida que ha asumido nuestra muerte con todo lo horrible que ello conlleva para darnos por sola gracia una vida plena en Él.

El evangelio además nos acaba de mostrar un día común en la vida de Jesús. A sus discípul@s debió llamarles fuertemente la atención su absoluta disponibilidad hacia quienes sufren: vivía atento al dolor, no quedaba indiferente, y era capaz de no aferrarse a la oración como escapismo sino que se levantaba enseguida para atender a quienes le buscaban, por eso venían a él, sabía que estaba disponible para acogerlos. Todo nos muestra que el día a día del cristiano y la cristiana debe inspirarse en el día a día de Jesús, debemos estar atent@s y disponibles a quienes nos rodean y nos necesitan, comenzando por casa con nuestra familia, nuestros vecinos y vecinas, los forasteros, etc; en el fondo de esto se trata el testimonio cristiano, esto significa llevar la Buena Noticia a la calle, en esto consiste «hacernos débiles con los débiles para llevarlos a Cristo«. 

Sería tan hermoso que aprendiéramos a mirar como miraba Jesús, y a hacer gestos desinteresados como los que hacía Jesús. No dejar el trabajo de la caridad a las Ong´s ni al servicio diaconal de la Iglesia sino hacer también nuestra la labor de escuchar, sanar, consolar. El amor cristiano no es subjetivo, es concreto: alimentar al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo, redimir al cautivo…

Aprendamos hoy, amigas y amigos, a realizar gestos como Jesús, nuestro maestro. Sin muchas palabras, de manera sencilla ofrezcamos la mano del apoyo, el abrazo del perdón y el consuelo, la palmada de la amistad, y que quienes viven a nuestro alrededor sepan que estamos disponibles a quienes buscan encontrar la luz.

¡Dios los bendiga!

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