Devocional: No endurezcas tu corazón

 

Que ninguno tenga un corazón malo e incrédulo…

 

Una leyenda de antigua dice que el rabino Yehoshua ben Leví, quien vivió en el siglo III d.C, preguntó en una visión al Mesías: ¿Cuándo vendrás?; el Mesías le respondió: Vendré hoy, sin embargo hoy no voy a ir. Entonces Yehoshua, dirigiéndose al profeta Elías, le preguntó: ¿Qué significa eso? El profeta Elías respondió: Es lo que anuncia el salmo (96): “Si escuchas hoy la voz del Señor…” Es decir, que si oyes hoy su voz y no endureces tu corazón el Mesías vendrá a ti, pero si desoyes su voz y endureces tu corazón el Mesías no vendrá.

 

Nada peor para un cristiano que tener un corazón duro. Dice el autor de Hebreos 3,12: ¡Miren hermanos! Que ninguno de ustedes tenga un corazón malo e incrédulo que lo aparte del Dios vivo. Muchas veces creemos que tenemos un corazón limpio y creyente porque asistimos a la iglesia cada domingo, damos nuestras ofrendas, ayudamos a la iglesia con nuestro tiempo, e incluso porque nos hemos vuelto activistas digitales oponiéndonos a la corrupción política o a la discriminación, entre otras cosas. Todo eso está muy bien, pero a la luz de la Palabra valdría la pena examinar nuestro interior buscando esos resquicios de un corazón duro que, o desconocemos, o queremos ocultar detrás del activismo y la piedad.

Si nos preguntamos qué identifica a un corazón duro podríamos responder (entre otras cosas) que “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt 6,21) Entonces ¿cuál es tu tesoro? La respuesta merece ser bien pensada porque si escarbamos muy profundo podemos encontrar que muy a menudo nuestro tesoro no es Cristo, ni siquiera su Palabra, es nuestro propio Ego.

En lo oculto de nuestro corazón, donde nadie nos ve, se mantienen acunadas por el Ego esas satisfacciones y convicciones que fuera del corazón y a la luz del día nos avergonzarían o nos dejarían mal parados como creyentes: algunos son xenofóbicos remisos, otros clasistas o racistas de corazón, otros homófobos impotables, también los hay codiciosos silenciosos, envidiosos sibilinos, y no pocos hay esconden tras la espiritualidad una lujuria perversa. Esto es tener un corazón duro.

Todos tenemos en cierto modo dureza de corazón. Pero la Palabra de Dios nos previene de ceder a esa dureza y ocultarla en la autocomplacencia religiosa o activista. No es que la piedad y sus manifestaciones exteriores sean malas, lo malo es convertirlas en la máscara de un corazón duro que se niega a cambiar (aduciendo como excusas la edad, las costumbres, etc) Pero a Dios nadie lo engaña (Gal 6,7) su Palabra desentraña hasta lo más oculto en nuestro ser y saca a la luz de sus ojos lo que hay en nosotros para sopesar nuestras intenciones (Heb 4,13).

Si escuchas hoy su voz…” Es decir, si quieres que el Espíritu habite en ti, si aspiras en serio y de convicción que Cristo sea tu tesoro, examínate a ti mismo, atrévete a reconocer en ti los lastres que atesoras, y acércate a Él con corazón humilde, pídele que renueve tu interioridad: “Crea en mí un corazón limpio, renueva mi interior con tu Espíritu” (Sal 51,12). Todos los creyentes anhelamos ver al Señor y que su Gracia germine en nosotros y fructifique como el grano de mostaza, pero Cristo no vendrá a nosotros si antes no hacemos un espacio dentro de nosotros para que Él actúe. No gozaremos de su luz si vivimos satisfechos con nuestras tinieblas más íntimas.

Si escuchas hoy su voz…” ¡Hoy es el día! No excuses tu dureza ni la dureza privada de tus amigos favoritos, “¡Anímense unos a otros mientras dure este hoy…!” (Heb 3,13) A lo mejor insistes en preguntar ¿por qué debo cambiar? Pues porque “este el tiempo favorable, este es el día de salvación” (2 Cor 6,2) El Dios que te ama y te quiere dar su Gracia, el que rompió la dureza de la roca para sacar agua de ella, Él está a la espera de ti para “quitarte el corazón de piedra y darte un corazón de carne” (Ez 36,26). ¡Así sea!

 

+ En mi oración personal discerniré mi corazón a la luz de esta palabra:

Salmo 95, 6-11: (…) Entremos, inclinémonos y postrémonos, arrodillémonos ante el Señor, Creador nuestro, porque él es nuestro Dios y nosotros el pueblo que apacienta, el rebaño que cuida.

¡Oh, si escuchasen hoy su voz! No endurezcan su corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto: donde sus antepasados me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años detesté a aquella generación, y dije: Son un pueblo de corazón extraviado que no reconoce mi camino; por eso juré indignado: No entrarán en mi descanso.

 

Hebreos 3,7 – 4,11: (…) En consecuencia, como dice el Espíritu Santo: Si hoy escuchan su voz, no endurezcan el corazón como cuando lo irritaron, el día de la prueba en el desierto, cuando sus padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis acciones durante cuarenta años. Por eso me indigné contra aquella generación y dije: Su mente siempre se extravía y no reconoce mis caminos. Por eso, airado, juré: No entrarán en mi descanso.

Cuidado, hermanos: que ninguno de ustedes tenga un corazón perverso e incrédulo, que lo haga desertar del Dios vivo. Antes bien, anímense unos a otros cada día, mientras dura este hoy, para que nadie se endurezca seducido por el pecado. Porque, si mantenemos firme hasta el fin nuestra posición del principio, seremos compañeros de Cristo.

Cuando dice: Si hoy escuchan su voz, no endurezcan el corazón, como cuando lo irritaron. ¿Quiénes, aunque oyeron, lo irritaron? Ciertamente, todos los que salieron de Egipto guiados por Moisés. ¿Con quiénes se indignó durante cuarenta años? Ciertamente, con los pecadores, cuyos cadáveres cayeron en el desierto. ¿A quiénes juró que no entrarían en su descanso? Ciertamente a los rebeldes; y así vemos que por su incredulidad no pudieron entrar.

Dios señala otro día, un hoy, pronunciando mucho después por medio de David, el texto antes citado: Si hoy escuchan su voz, no endurezcan el corazón. Si Josué les hubiera dado el descanso, no se hablaría después de otro día. Luego queda un descanso sabático para el pueblo de Dios.

Uno que entró en su descanso descansa de sus tareas, lo mismo que Dios de las suyas. Por tanto, esforcémonos por entrar en aquel descanso, para que ninguno caiga imitando aquel ejemplo de rebeldía.

 

 

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