Devocional: Manual de la buena oveja

“Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí…”

Duncan Grant (1885-1978) «The Good Shepherd»

 

En la sociedad moderna en que vivimos nadie quiere ser oveja. Defendemos nuestra autonomía e independencia personales, no dejamos que nadie nos quiera dar órdenes, que nadie nos alce la voz, estamos listos a “sacar las garras” siempre que creemos que nuestras prioridades son invadidas por los demás. No queremos ser ovejas de nadie, sin embargo… ¡Qué borregos somos! Porque seguimos fielmente las pautas que la sociedad nos marca: cómo vestir, qué música escuchar, qué objetos adquirir, cuáles ideas políticas tener, dónde ir a pasar el verano, qué pensar de los demás (sobre todo los diferentes)… Vivimos una curiosa ambivalencia entre lo que creemos que es nuestra autonomía y a la vez regalamos nuestra autonomía al rebaño social. Sin embargo esto está muy lejos de ser Vida Plena, al menos en el sentido que nos plantea Cristo.

Para los primeros cristianos la imagen de la oveja resultaba mucho más entrañable que para nosotros. Ser cristiano significaba ir contracorriente en una sociedad hostil al cristianismo. No se podía ser cristiano y continuar viviendo como el resto de los vecinos y amigos, por eso la opción de fe de los creyentes despertaba admiración en unos, y en otros, envidia.

Nosotros los cristianos creyentes no queremos ser borregos de la sociedad consumista, aunque nos cuesta salir de los paradigmas de lo socialmente correcto y vivir una fe contracorriente. Aún así, Jesús declara que suyas son las ovejas que reconocen su voz. Él no es un líder que impone sus gustos y arrastra masas, no figuraría hoy como un líder religioso, político, ni de la socialité, esos son los salteadores que huyen ante el lobo (Jn 10,12) Él, en cambio, da su vida por las ovejas, no quiere borregos sino un rebaño fiel.

Pero para ser sus ovejas debemos oír su voz. ¿Cómo oiremos su voz? Meditando en su Palabra, confrontándola con nuestra vida (sin acomodarla a nuestra estrecha concepción del mundo), dedicando nuestro tiempo a conversar a solas con Él (oración), a conversar con otros en Él (comunidad – Iglesia) y a conversar a todos acerca de Él (testimonio vivo). Al contrario que una cabra que es testaruda y obstinada, al contrario del borrego que sigue a la manada sin entender ni preguntar a dónde va, la oveja escucha la voz del Pastor (Jn 10,4) y le es dócil: Si escuchas hoy la voz del Señor… (Sal 95,7-8).

Ser una buena oveja implica abandonar la masa de los borregos y marchar contracorriente, en el rebaño de Cristo. Pero ante todo implica abandonar nuestros cómodos paradigmas y volvernos hacia Él desde nuestra mentalidad misma hasta nuestras actitudes, esto es lo que significa la palabra Conversión.

Si quieres un “Manual de la Buena Oveja” echa mano a su Palabra, echa mano a la voz de quienes son pastores según el corazón del Buen Pastor, y discierne tu espiritualidad ante ella. Pregúntate a qué voces de cuáles pastores estás siguiendo, y pregúntate también si es esa la voz del Buen Pastor, y si la encuentras no lo pienses más ¡Síguela!

 

+ Para mi discernimiento personal/familiar de este día meditaré esta Palabra:

 

Juan 10, 11-15: (…) Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, escapa abandonando las ovejas, y el lobo las arrebata y dispersa. Como es asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen pastor: conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy la vida por mis ovejas.

 

Salmo 23: El Señor es mi pastor, nada me falta.
En verdes praderas me hace reposar.

Me conduce a fuentes tranquilas
y recrea mis fuerzas.
Me guía el sendero adecuado
haciendo gala su oficio.

Aunque camine por lúgubres cañadas,
ningún mal temeré, porque tú vas conmigo;
tu vara y tu bastón me defienden.

Preparas ante mí una mesa
en presencia de mis enemigos;
Me unges con perfume la cabeza,
y mi copa rebosa.

¡La bondad y el amor me escoltan
todos los días de mi vida!
Y habitaré en la casa del Señor
a lo largo de mis días.

 

 

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