Preguntas bíblicas: ¿Qué es el libro de la vida?
El que venciere será vestido de vestiduras blancas;
y no borraré su nombre del Libro de la Vida. – Apocalipsis 3:5
Hace unas semanas surgió esta pregunta en uno de los grupos de oración de nuestra iglesia, ¿Qué es el Libro de la Vida? ¿Es un libro real que tiene Dios? ¿Qué escribe allí? ¿Estoy apuntado en él?
En primer lugar habría que recordar que en muchos pasajes de la Biblia se habla en sentido simbólico utilizando imágenes de objetos para expresar realidades espirituales que están envueltas en el misterio de Dios. Uno de esos objetos es el Libro de la Vida. No se trata de un libro físico con tapas, lomo y canto dorado como los que conocemos, sino a una manera de referirnos (a través de una imagen) a una realidad espiritual y misteriosa. Por otro lado, al intentar hacernos una imagen del libro valdría tener en cuenta que los libros eran en realidad piezas de pergamino o papiro enrollados en las que se escribía por las dos caras. Muchas veces estos “libros” se sellaban con cera para que no se abriera el rollo al guardarse, por ejemplo: códices de leyes, registros, decretos, etc. A este tipo de imagen se refiere la Biblia al hablar de libros.
La primera mención de un Libro de la Vida la hizo Moisés. Después del episodio del becerro de oro Moisés oró a Dios en diciendo:
“Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito. Y Jehová respondió a Moisés: Al que pecare contra mí, a éste raeré yo de mi libro.” – Éxodo 32: 31-33.
Salta a la vista la existencia de un “libro/memorial” donde Dios lleva la cuenta de todas las personas y en el que estaba apuntado también el pueblo de Israel. Podemos definir la expresión “Libro de la Vida” como un memorial de Dios donde las acciones de los justos y su fe nunca son olvidados sino que se tienen en cuenta para el día del Juicio.
Pero también se deduce que ser raído del libro debía implicar un castigo muy duro: ser borrado o rechazado. La palabra raer que no utilizamos comúnmente es aquí muy acertada, significa por un lado eliminar algo de un sitio, pero por el otro se refiere a la acción de raspar el cuero con algún instrumento áspero para limpiarlo. En la antigüedad, cuando se escribía sobre pergamino, la única manera de borrar lo escrito con tinta era raspar el texto con piedra pómez hasta eliminar el texto, a esta expresión se refiere Moisés con ser “raído” del Libro de la Vida: ser raspado del número de los vivientes hasta ser eliminado ¡Un castigo muy duro que se toma por el pueblo!
Sin embargo, Dios le aclara a Moisés que las cosas no funcionan así. Por mucho que él intercediera ante el pueblo y se ofreciera a ser castigado en lugar de los culpables Dios no iba a acceder, en su justicia declaró a Moisés que: “Al que pecare contra mí, a éste raeré yo de mi libro.”
Posteriormente la Biblia revela que en el Libro de la Vida están consignados todos aquellos que se han convertido hacia Dios y hacen el bien en sus vidas. En el lenguaje bíblico se habla de que Dios “ha tomado nota” del esfuerzo de los fieles y de sus buenas acciones, e incluso de quienes han tenido que sufrir por causa del bien; así David al huir de Saúl y verse acosado por sus enemigos exclamó:
“Mis huidas tú has contado; recoge mis lágrimas en tu vasija;
¿No están ellas apuntadas en tu libro?” – Salmo 56:8
También Nehemías había orado implorando que sus buenas acciones, escritas por Dios, se tuviesen en cuenta:
“Acuérdate de mí, oh Dios, en orden a esto, y no borres mis misericordias que hice en la casa de mi Dios, y en su servicio.” – Nehemías 13:14
Por su parte, Malaquías comenta que Dios conoce todas las buenas intenciones de sus fieles y no las olvida, esto es lo que quiere significar “lleva registro de ellas”, y las tiene muy en cuenta:
“Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre. Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve.” – Malaquías 3: 16-17
También el salmista, herido por la injusticia y el acoso de sus enemigos, clama en su angustia pidiendo a Dios que haga justicia borrando a los perseguidores del libro:
“[Los injustos] sean raídos del libro de los vivientes,
Y no sean escritos entre los justos.” – Salmo 69:28
En Lucas 10:20 Jesús, después de recibir a los setenta misioneros y escuchar el testimonio entusiasta de las cosas que habían hecho en su nombre, exclamó:
“He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.”
La plegaria de agradecimiento que Jesús dirige al Padre después de esta exclamación nos revela quiénes están inscritos en este memorial de Dios:
“En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó.” – Lucas 10:21
Los pequeños, los humildes y sencillos, quienes hacen la voluntad de Padre y viven la Buena Noticia, estos son quienes entran en el memorial de Dios. Refiriéndose al esfuerzo de sus colaboradores por el Evangelio, san Pablo también hace mención del Libro de la Vida:
«Asimismo te ruego también a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio, con Clemente también y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida.» Filipenses 4:3
Apocalipsis indica que aquellos que se han mantenido fieles en su fe conservarán su nombre escrito en el Libro de la Vida:
“El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.” – Apocalipsis 3:5
Apocalipsis detalla además que aquellos que no han vivido según el Evangelio sino que han seguido una vida egoísta no estarán inscritos en el Libro/memorial. Para referirse en el lenguaje simbólico a este vivir egoísta y anti-evangélico el autor del Apocalipsis habla en términos de idolatría (precisamente la idolatría consiste en sustituir la gloria de Dios por el culto a cosas humanas y, en última instancia, a la soberbia propia):
“Adoraron a la Bestia todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el Libro de la Vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo.” – Apocalipsis 13:8
“Y los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida, se asombrarán viendo la bestia.” – Apocalipsis 17:8
Haciendo eco del libro de Daniel, el autor del Apocalipsis nos da una imagen del momento cumbre en el que Dios abre finalmente el Libro de la Vida en el juicio final:
[…] “El Juez se sentó, y los libros fueron abiertos…” – Daniel 7: 10
“Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el Libro de la Vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.
Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras.
Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.” – Apocalipsis 20: 11-15
Apocalipsis menciona que en primer lugar fueron abiertos “los libros” haciendo referencia a las Sagradas Escrituras con la cual son medidas las acciones de todas las personas y juzgadas según lo escrito en ellas (“…y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” v.12), en efecto, la Palabra de Dios es la guía de quienes creen en Cristo:
“Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos.” – Deuteronomio 11:18
“Lámpara es a mis pies tu palabra,
Y lumbrera a mi camino.” – Salmo 119:105
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia.” 2 Timoteo 3:16
En segundo lugar menciona que quienes no fueron hallados en el Libro de la Vida: los injustos, los pecadores pertinaces, los duros de corazón, serán lanzados al lago de fuego (v.15).
Quizá ahora surge la pregunta ¿Cómo haré para estar en el Libro de la Vida, en el memorial de Dios?
San Pablo nos brinda una sencilla respuesta: Cree en Jesucristo y en su Buena Noticia.
“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.” – Efesios 1: 13-14
En nuestra vida como discípulos y discípulas de Jesús debemos siempre volver a Él, convertirnos continuamente y ajustar nuestra vida a la Buena Noticia, trabajando en su viña con ánimo y esperanza:
“Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre.” – Juan 6:27
Estar inscritos en el Libro de la Vida implica vivir una vida en el Espíritu como auténticos hijos de Dios:
“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.” – Romanos 8: 14-16.
Y también implica estar unidos a la Iglesia Universal. No pertenecemos a la Iglesia Universal por una membresía sino por una vida vivida en Cristo por la fe:
“Os habéis acercado a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el mediador del nuevo pacto.” – Hebreos 12:23
Que nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad nos hagan capaces de estar en el Libro de la Vida. Que Jesucristo nos conceda su gracia en nuestra vida para serle fieles hasta el final, que el Buen Dios lleve cuenta de nuestros gozos y aflicciones, y que podamos participar con todos los santos en la luz, contados entre los bienaventurados, cuando al ser medidos por la Palabra de Dios seamos hallados dignos de la vida eterna. ¡Amén!
+ Rev. Gustavo Martínez S.