La vieja Biblia del Pastor

Hace poco, durante nuestro Retiro de Invierno pude encontrarme con un detalle que me llamó la atención: la vieja Biblia del pastor.

Se trata de una Biblia bastante usada, cuyas tapas ya delatan el desgaste del tiempo, hojas marcadas por el paso de los años… Es más, la versión misma ni siquiera es una versión de las que solemos usar actualmente en la iglesia sino una versión que podríamos llamar (con confianza) «vieja» o «antigua». Pero me resultó grato el que a pesar del estado en que se encontraba su Biblia, el pastor recurría a ella con naturalidad, no disimulaba tener una Biblia desgastada por el uso y el tiempo, al contrario nos resultó útil (y supongo que, sobre todo a él) escuchar una porción de la Palabra en aquel castellano que ya no nos suena tanto.

Pensando en este detalle recuerdo la famosa frase del predicador Ch. Spurgeon: «Una Biblia en pedazos pertenece a un creyente que no está en pedazos» (Más o menos así). LifeWay Research encuestó hace poco a ca. 2,500 cristianos protestantes en Norte América acerca de sus hábitos de lectura bíblica. El resultado de la investigación es que 32% de los encuestados afirma leer la Biblia a diario; el 27% la lee varias veces a la semana; el 12% solo una vez a la semana; el 11% admitió leerla ocasionalmente durante un mes; y el 12% admitió que poco o nada leía la Biblia. Además, se supo que los que asisten la iglesia semanalmente leen la Biblia con más frecuencia (34%) que aquellos que tienen poca asistencia a la iglesia (27%). Por otra parte, un 32% admitió que durante la jornada pensaba en lo que había leído en la Biblia; un 36% afirmó que ocasionalmente reflexionaba al respecto durante la jornada; el 12% no lo hace y un 20% no está seguro de hacerlo… Del número de quienes leen la Biblia a diario el 51% afirmó que pensaba en lo leído a lo largo del día.

Tengo una gran inquietud por saber cuáles serían las cifras arrojadas en una encuesta realizada en nuestro país a las iglesias protestantes, pero más específicamente en mi propia comunidad.

He escuchado algún que otro pastor llegar al extremo de menospreciar las Escrituras en sus prédicas (como respuesta al excesivo biblismo de los fundamentalistas) y exhortar a un cristianismo más social/activista y menos enfocado en la Palabra, pero… ¿Es esto adecuado o es una des-medida extrema? ¿Podemos vivir un cristianismo sin Palabra? En un tiempo en que hay menos lectores ¿Podemos prescindir incluso de las Escrituras?

Cuando llegué a la iglesia luterana tenía la convicción de que hasta el más sencillo de los miembros de la congregación re-conocía las Escrituras con facilidad, cuestión de hábitos simples. Con el paso del tiempo y el desarrollo del ministerio he constatado que la realidad es otra. Incluso el número de asistentes a nuestros talleres bíblicos (gratuitos, con desayuno incluido…) ha sido muy por debajo de lo esperado. ¿No nos interesa?

Ahora que iniciamos el «mes de la Biblia» me gustaría poner nuevamente el énfasis en la Palabra de Dios, un aspecto por el cual nuestros antepasados en la fe incluso dieron la vida: el derecho a leer la Biblia por sí mismos y poder compartirla con otros. Quisiera entusiasmar nuevamente a nuestras hermanas y hermanos por la Palabra no para volver a un fundamentalismo estéril sino para proveerles de una fuente rica en espiritualidad, testimonio y sabiduría.

No ver la Biblia como un libro gordo e indescifrable, ni como un amuleto que trae bendiciones instantáneas, ¡ni mucho menos como una reliquia! (Un querido amigo me ha mostrado hace poco la «Biblia familiar» pasada de generación en generación cuyo interior está impecable no por el mucho cuidado sino por la escasa lectura…)

Quisiera que quienes asisten a mi pequeña iglesia puedan percibir ese detalle que yo vi: la vieja Biblia del Pastor, y no pensar: «Ah, es un bártulo más de los pastores, un objeto más de los que usan los clérigos…» sino reflexionar: «Este libro debe ser muy importante como para que nuestros pastores lo lleven a todas partes y ¡esté tan gastado por el uso!»

Uno de los hitos en mi conversión al luteranismo y en mi camino posterior ha sido encontrarme con «La Libertad Cristiana», el primer libro de Lutero que leí y el que aún más me sigue impresionando. En ese entonces leí una frase que inmediatamente copié de mi puño y letra en la contratapa de la Biblia de estudio que aún utilizo desde la época del seminario, la frase es la siguiente:

«Ni el en cielo, ni en la tierra existe para el alma otra cosa en qué vivir y ser buena, libre y cristiana que el Santo Evangelio, la Palabra de Dios predicada por Cristo (…) Por consiguiente, no hay duda de que el alma puede prescindir de todo menos de la Palabra de Dios: fuera de esta, nada existe con qué auxiliar al alma. Una vez que el alma posee la Palabra de Dios, nada más precisará, en ella encontrará suficiente alimento, alegría, paz, luz, arte, justicia, verdad, sabiduría, libertad, y todos los bienes en suma abundancia.»

(M. Lutero, La Libertad Cristiana, 5)

Muchas hermanas y hermanos tienen sus Biblias (más viejas o más nuevas) en casa; el trabajo de las células de nuestra iglesia ha despertado en muchas personas el interés por la Palabra; algunos han confesado no haber leído nunca una Biblia y sorprenderse de lo reconfortante que resulta sumergirse en ella en momentos de crisis o en tiempos de serenidad, otros se acercan más tímidamente a través de las claves de lectura ofrecidas en la célula, o solo desde la periferia de los devocionales semanales que comparte la iglesia, aún así el interés de no debe caer. Tenemos hermanas y hermanos que leen la Palabra en alemán, finés, holandés, francés, inglés, latín… ¡Qué interesante resultaría contrastar entre nosotros lo que en cada idioma Dios nos dice al corazón!

Que este mes de septiembre, dedicado ecuménicamente a la Palabra de Dios podamos revitalizar nuestro interés por ella y volvamos a las Escrituras que nos hacen libres y sabios, al encuentro con el testimonio de nuestra fe, y al mensaje de nuestro Dios que sigue siendo tan actual como hace más de dos mil años.

Gustavo M.S – Vicario.

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