El Bautismo en la doctrina luterana

 

 

Introducción: Rescatar el bautismo.

En el siglo XVI Martín Lutero y los reformadores intentaron rescatar la sana doctrina cristiana acerca de los sacramentos basada en las Escrituras; uno de los sacramentos al que debía devolverse su brillo original era el bautismo, pero la labor no era fácil: por un lado había que predicar y catequizar al pueblo sobre lo que realmente significa el bautismo, por otro lado hubo que hacer frente tanto a la teología romana impregnada de escolasticismo como a los anabaptistas, estas dos teologías se habían posicionado como polos opuestos entre los cuales se ubicaba el luteranismo (in medio virtus). En varias de sus obras, Lutero abordó el tema del bautismo, especialmente en su libro La Cautividad Babilónica de la Iglesia, donde lamentó que fuera un sacramento prácticamente olvidado.

Posteriormente, los documentos teológicos luteranos hicieron énfasis en el bautismo como sacramento al que está unida una promesa de parte de Cristo (Marcos 16:16); también fueron muy claros al marcar distancia frente al anabaptismo en cuanto a la teología, y frente al catolicismo romano en cuanto a la práctica sacramental.

 

  1. La doctrina luterana contra el anabaptismo.

En el libro confesional por excelencia de la iglesia luterana, el Libro de Concordia, la primera referencia al bautismo parte del Credo Niceno, que junto al Credo Apostólico y el llamado Credo de Atanasio o “Quicumque” conforman el sustento doctrinal más antiguo de la cristiandad.

En su última sección, referida a la obra del Espíritu Santo y la Iglesia el Credo afirma:

“Confieso que hay un solo bautismo para la remisión de los pecados”.

 

Para los reformadores de la iglesia, esta confesión de fe era importante frente a los grupos anabaptistas quienes consideraban que el bautismo de niños o el bautismo recibido en otras iglesias era inválido, y por lo tanto volvían a bautizar a los adultos. La idea anabaptista de que los niños no debían ser bautizados se basaba en una interpretación demasiado literal de la Biblia, y en la concepción de que el bautismo en sí no tenía ningún efecto espiritual, sino que era solo el símbolo externo de que las personas habían creído en Cristo.

Frente a esto, la Confesión de Augsburgo, suscrita por los reformadores y presentada como resumen de la fe protestante ante Carlos V en 1530, afirma en el título IX:

“Respecto al bautismo, enseñamos que éste es necesario; que por medio de él se ofrece la gracia, y que deben bautizarse también a los niños, los cuales mediante el bautismo son encomendados a Dios y llegan a serle aceptados. Por esto rechazamos a los anabaptistas, que enseñan que el bautismo de párvulos es ilícito.”

 

Y en la Apología (o Defensa) de la Confesión de Augsburgo, donde los reformadores confutan las objeciones romanas a la doctrina protestante, el artículo IX expresa:

“…Así como condenamos los errores de los anabaptistas, también condenamos el que consiste en afirmar que el bautismo de los niños es inútil. Porque está fuera de duda que la promesa de salvación abarca también a los niños. Mas no abarca a quienes están fuera de la iglesia de Cristo, donde no existen ni la Palabra ni los sacramentos, porque Cristo regenera por medio de la Palabra y los sacramentos.

Por tanto, es necesario bautizar a los niños, para que se les aplique la promesa de salvación, conforme al mandato de Cristo ‘Bautizad a todas las naciones’ (Mateo 28:19) pues, así como a todos se ofrece la salvación, a todos se ofrece el bautismo: hombres, mujeres y niños.”

 

Para los luteranos el peso de la cuestión no radica en si el rito es eficaz por sí mismo (el ex opere operato romano) ni en si es bíblico administrarlo a los niños (postura anabaptista), para los luteranos lo verdaderamente importante es la promesa contenida en el sacramento.

En efecto, Lutero hacía énfasis en que tanto en el bautismo como en la santa cena Cristo había dejado promesas de salvación que el cristiano recibía no por el rito en sí sino mediante la fe en Cristo y la confianza en dichas promesas. En su Catecismo Menor, hablando acerca de esto Lutero explica:

“¿Qué palabras y promesas son estas? Son las que nuestro Señor Jesucristo dice en el último capítulo de Marcos: ‘El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere será condenado’.”

 

Y en los Artículos de Esmalcalda (1537) los reformadores hacen alusión a la promesa al insistir:

“Acerca del bautismo de los niños: sostenemos que se debe bautizar a los infantes, pues ellos pertenecen también a la redención prometida, cumplida por Cristo (‘Dejad a los niños venid a mí, y no se lo impidáis, porque de los tales es el Reino de los Cielos.’ Mateo 19:14), y la Iglesia debe administrárselo cuando sea solicitado.”

 

  1. La importancia de la promesa frente a la doctrina romana.

Por tanto, para definir qué cosa es el bautismo, Lutero insiste en el mandato divino de bautizar y en la promesa añadida por Cristo al sacramento. Existe de por sí un vínculo muy estrecho entre el agua y la promesa del bautismo; en el Catecismo Menor, Lutero indica:

“El bautismo no es simple agua, sino que es agua comprendida en el mandato divino y ligada con la Palabra de Dios.

¿Qué palabra es esta? Es la palabra que nuestro Señor dice en el último capítulo de Mateo: ‘Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.’ (Mateo 28:19)”

 

En virtud de este sacramento el cristiano recibe el completo perdón de sus pecados y el don del Espíritu Santo:

Hechos 2:38 “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.”

 Del cual ahora es templo nuestro cuerpo:

1Corintios 6:19 “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?

Somos redimidos de la muerte y del pecado:

Romanos 6: 3-4 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.”

Y recibimos la promesa de la salvación (Marcos 16:16) que nos hace vivir en paz con Dios:

Romanos 5:1 “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Las palabras de Marcos 16:16 como promesa divina de salvación resuenan en cada uno los escritos de Lutero referentes al bautismo, Lutero había visto con horror cómo los cristianos habían olvidado esta promesa, fuente de consuelo, y se habían entregado a toda clase de penitencias y obras piadosas para comprar innecesariamente la salvación. Los votos monásticos, los múltiples ayunos, las procesiones y peregrinaciones a santuarios de santos, y el apego a la misa como acto sacrificial, eran un intento desesperado de acceder a la salvación por parte de conciencias atormentadas por el miedo al infierno y acuciadas por la teología romana que insistía (y aún insiste) en que nadie está nunca seguro de ser salvo.

En su libro La Cautividad Babilónica de la Iglesia (1520), después de asegurar que al menos el bautismo no ha sufrido los abusos simoníacos del papado, Lutero lamenta que se haya dado más peso para la salvación a los votos monásticos y los ritos eclesiásticos que a la fe en la promesa bautismal. Desde san Jerónimo, a quien Lutero asegura se ha malinterpretado, los cristianos consideraban que luego de naufragar en el pecado debían aferrarse a las débiles tablas de salvación de las buenas obras, cuando el bautismo en sí mismo y la fe en Cristo eran de por sí la única y eficaz tabla de salvación. Cuando los cristianos hacían penitencias y ayunos para purgar sus pecados y evitar el infierno, o cuando compraban indulgencias o hacían votos como monjes y monjas, o se iban en procesión cargando la imagen de un santo, olvidaban por completo que nada de esas cosas era necesaria (ni útil) para salvarse, solo debían volver nuevamente a la confianza en la promesa de Cristo: creer y confiar en su obra y en que ya habían recibido la salvación por el bautismo, de modo que sin necesidad de obras piadosas ya estaban en paz con Dios (Romanos 5:1).

Así, predicar acerca de la verdad del bautismo y la falsedad de las cargas que la iglesia romana ponía sobre las conciencias cristianas era un imperativo para Lutero. Nuevamente aludiendo a su obra La Cautividad Babilónica de la Iglesia, afirma:

“Esta es la predicación que debe inculcarse al pueblo con insistencia. Esta promesa es la que se le debe repetir sin cesar. Siempre ha de recordarse el bautismo; de continuo hay que avivar y fomentar la fe, pues una vez que se ha promulgado para nosotros esta divina promesa, persevera su verdad hasta la muerte (…)

Por tanto, cuando nos levantamos de los pecados y nos arrepentimos, no hacemos otra cosa que volver a la virtud del bautismo y a la fe en él, de la cual nos habíamos apartado (…)

Siempre permanece la verdad de la promesa que una vez nos fue dada y que nos recibirá con los brazos abiertos si regresamos (…)

El cristiano, al recordar esta promesa y reconocerla ante Cristo, se alegrará de tener una protección tan grande en defensa de su salvación por haber sido bautizado, y tendrá por cierto que esta promesa de salvación es inmutable, como afirma san Pablo ‘Aunque fuéremos infieles, Dios permanece fiel’ (2 Timo 2:13).”

 

De modo que, para los cristianos el bautismo no es en absoluto un rito que quedó relegado al pasado de la infancia, sino la garantía de haber recibido la promesa de salvación (Marcos 16:16), lo cual condiciona toda la vida presente del creyente a una continua conversión a Cristo y, al mismo tiempo, una perenne esperanza en la salvación.

 

  1. Un rito sin supersticiones.

Acerca de los ritos bautismales, Lutero decidió cortar todas aquellas ceremonias que se habían anexado al bautismo y que en su época tenían más una carga supersticiosa o simbólica que realmente cristiana. Algunas opacaban el brillo del bautismo al ser consideradas muy importantes, otras simplemente hacían al rito demasiado complejo y difícil de entender para las personas sencillas.

Lo primero que hizo fue suprimir los exorcismos que se realizaban en el antiguo rito bautismal desde inicios de la Edad Media y que se habían introducido bajo la idea de que los paganos debían ser liberados del dominio del diablo antes de ser bautizados; así eliminó la carga supersticiosa y calmó la conciencia de los creyentes que se aterrorizaban al oír pronunciar las palabras “¡Te exorcizo diablo inmundo…!” sobre sus hijos. También suprimió las unciones con aceite y el rito de la sal exorcizada que se administraba a los niños, pues los consideraba añadiduras innecesarias que hacían que tanto los creyentes como los sacerdotes confiaran más en estos elementos que en el bautismo en sí.

Luego, Lutero dio más énfasis a la Palabra de Dios en el bautismo que a estos ritos extraños, para resaltar la unión de la Palabra al elemento agua, así como para instruir a los fieles en las promesas de Cristo; también se dio peso al recitado del Credo y al acto en sí de bautizar, sin más ceremonias nuevas.

Y sobre la cuestión de si era necesario bautizar por inmersión o derramando agua, Lutero dejó claro que era irrelevante. Los anabaptistas creían que cada quien debía bautizarse exactamente como lo hizo Cristo, es decir: en un río, sumergiéndose bajo el agua. Para Lutero, poner la validez del bautismo en eso era un contrasentido pues la eficacia del sacramento no depende de la forma en que se administre, es la fe de la iglesia presente y la Palabra de Dios unida al acto de bautizar lo que hace realmente al bautismo, y no su realización en un río.

Aquí, Lutero rescató el principio agustiniano de sacramento para poder hacer entender a los cristianos que el agua sola por sí misma no hace nada, sino que el agua es la materia a la que se añade la Palabra de Dios para crear el sacramento. Así, en el Catecismo Menor, Lutero explica:

“¿Cómo puede el agua hacer tales cosas? El agua en verdad no las hace, sino la Palabra de Dios que es unida a ella, y la fe que confía en dicha Palabra de Dios ligada con el agua, porque sin la Palabra de Dios el agua es solo agua, y no es bautismo; pero con la Palabra de Dios sí es bautismo, es decir, es un agua de vida, llena de gracia, y un lavamiento de la regeneración del Espíritu Santo, como san Pablo dice a Tito en el tercer capítulo: ‘Por el lavamiento de la regeneración y por la renovación del Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos de la vida eterna conforme a la esperanza de la vida eterna.’ Esto es con toda certeza la verdad.

 

 

  1. El bautismo hoy día.

Ciertamente el llamado de Lutero a predicar sobre el bautizo y recordar sus promesas a los fieles sigue teniendo vigencia hoy día. Muchas personas olvidan del todo su bautizo y, sobre todo, olvidan la promesa de salvación recibida por Cristo, de ahí que aún haya quienes se desesperan de su salvación y buscan toda clase de prácticas piadosas para salvarse y expiar sus pecados.

Muy común también es olvidar (o ignorar) que por el bautismo todos entramos a formar parte de la Iglesia Universal, la congregación de los santificados por la fe en Cristo, de modo que nadie que haya sido bautizado y mantiene viva su fe puede llegar a pensar que está fuera del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Por otra parte, nadie puede nunca borrar su propio bautizo. Diferente es el caso de quien una vez bautizado e incorporado a la Iglesia rechaza su fe y opta por vivir en el pecado, pero esto no borra de ninguna manera el bautizo recibido.

También entre las personas se siguen infiltrando supersticiones relacionadas al bautismo y los niños: guardar el agua de la fuente bautismal como agua bendita, pedir que se bendiga la sal, o creer que se puede bautizar a los niños muertos.

Pero, sobre todo, se olvida el papel de los padres que bautizan a un niño. De ellos se espera que hagan crecer a sus hijos en un hogar verdaderamente cristiano, en una familia de fe, de modo que al llegar a la edad del uso de razón los jóvenes por sí mismos sean capaces de afirmar su bautismo; esto es lo que llamamos Confirmación.

Como hemos visto, la doctrina luterana del bautismo difiere de la concepción anabaptista seguida por la mayoría de las iglesias evangelicales, así como de la teología sacramental romana. Los reformadores buscaron el justo medio, pero sobre todo, pretendieron rescatar el bautismo y resaltar tanto la promesa “el que crea y se bautice se salvará”, como el compromiso “Id, y haced discípulos”.

Que nosotros podamos afirmarnos en esta misma promesa y asumir este compromiso (discípulos hacen discípulos) viviendo nuestra fe de manera plena y segura, en el nombre de Cristo Jesús.

 

+ Rev. Gustavo Martínez S.

 

 

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