Cinco razones por las que ir al culto este domingo.

“Se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles,

 en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones…

Acudían diariamente al Templo con perseverancia y con un mismo espíritu,

compartían el pan en las casas y tomaban el alimento con sencillez de corazón,

 alabando a Dios y gozando de la simpatía de todo el pueblo.”

Hechos 2: 42-47.

¿Por qué debemos ir a la iglesia este domingo? Es la pregunta que comúnmente dirigen los niños y los adolescentes a sus padres cuando se les hace pesado asistir al culto dominical; también es la pregunta que (muchas veces) nos hemos hecho los adultos al levantarnos una mañana fría y lluviosa de domingo, o al ponderar la opción de ir a la playa el fin de semana en verano en lugar de ir a sentarnos a escuchar un sermón, o al constatar que el horario del culto coincide con el de un importante partido de fútbol o un almuerzo familiar…

Todos nos hemos preguntado por qué tendríamos que ir a la iglesia, ¡Incluso los pastores nos hemos hecho la misma pregunta alguna vez! En realidad este tipo de preguntas son válidas y son sanas, por eso el siguiente artículo nos ayudará a recordar, o conocer, las razones reales por las que Sí asistir al culto dominical. Quizá esta lectura nos motive a renovar nuestro compromiso con el Señor, con nosotros mismos y con nuestros hermanos y hermanas de comunidad, y vigorice nuestra participación activa y creyente de cada domingo. Estas breves cinco razones pueden no ser las únicas, al contrario, espero que sean el primer impulso para una renovada participación familiar y comunitaria en la mesa de la Palabra y el Sacramento cada semana.

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  1. Somos el Pueblo de Dios. La Iglesia no es el templo donde cada domingo nos reunimos, tampoco la Iglesia es el clero (pastores, diáconos, ministros) ni sus administradores laicos, en realidad la Iglesia somos todos, la comunidad de creyentes que se reúne cada domingo para escuchar la Palabra de Dios, compartir el Pan y alabar al Creador. ¡Somos el Pueblo de Dios! Un pueblo que Él ha conformado llamando a cada uno y a cada una por su nombre y congregándonos alrededor de su mesa, allí nos encontramos y somos UNO aunque nuestras historias, culturas y pasados sean diferentes. Es grato saber que cuando nos acercamos y rodeamos la mesa de la comunión no solo comulgamos con Cristo Jesús sino que comulgamos los unos con las otras compartiendo nuestras alegrías, esperanzas y luchas diarias; allí, los hijos de Dios por la fe no tienen diferencias, “ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28).

También es allí donde conformamos el edificio espiritual de la Iglesia, como enseña 1 Pedro 2: 4-5. 9-10 “Acercándose ustedes a Cristo, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida y preciosa ante Dios, también ustedes como piedras vivas entran en la construcción de un edificio espiritual, para ejercer juntos un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo […] Pues ustedes son linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para anunciar las alabanzas de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz ¡Ustedes que antes no eran un pueblo y que ahora son el Pueblo de Dios, de quienes antes no se tuvo compasión pero que ahora son compadecidos!”.

Por lo tanto, cada vez que asistes el domingo al culto estás formando parte real del edificio espiritual de la Iglesia como si fueras un ladrillo en la construcción, ¡Si falta un ladrillo la construcción está inacabada o puede caerse! Jesús quiere que seamos UNO, un pueblo, una comunidad, una familia de fe, como dice en Juan 17: 21 “Que todos sean uno, como Tú, padre en mí y yo en Ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado”. Esta unidad en la diversidad caracteriza nuestros cultos dominicales, y es esa unidad la que da forma y vida a la Iglesia.

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2. Dios está en todas partes, pero lo encontramos en la Comunidad. Mucha gente se pregunta ¿Si Dios está en todas partes por qué tengo que buscarlo en la iglesia, no basta con rezar en mi casa? En realidad es una buena pregunta, si bien Dios está en todas partes e incluso nos anima al salir del culto a llevar su presencia al mundo que nos rodea, por otro lado congregarnos cada domingo nos previene de una fe individualista, personalizada y egocéntrica. Orar solos en casa es una sana opción para los días de semana, pero necesitamos hacer comunidad cada domingo, orar unos por otros, interesarnos por lo que le ocurre a otros hermanos y hermanas, compartir experiencias, conversar y apoyarnos mutuamente, algo así no podemos hacerlo desde casa ni siquiera con internet. Somos seres sociables y nuestra fe nos hace ser más sociables aún. Incluso en el hogar es necesario orar con la familia, también es sano reunirnos una vez por semana con otros hermanos y hermanas para renovar nuestra fe durante la semana como usualmente hacen las Células de oración de nuestra iglesia en distintos distritos, o la Liga Femenina de los lunes.

Los primeros cristianos se caracterizaban porque solían congregarse el primer día de la semana, el domingo, para escuchar la Palabra y compartir el Pan en las casas, algo de esto nos cuenta el libro de Hechos 2: 42-47 Se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones […] Acudían diariamente al Templo con perseverancia y con un mismo espíritu, compartían el pan en las casas y tomaban el alimento con sencillez de corazón, alabando a Dios y gozando de la simpatía de todo el pueblo.” Algo que llama la atención es la frase “se mantenían constantes” también traducido como “perseveraban en”; al ser una comunidad pequeña y atacada desde el judaísmo y el paganismo los primeros cristianos sentían la necesidad de estar más juntos y apoyarse mutuamente, de hecho no tardaron en organizarse no solo para encontrarse una vez a la semana y orar, sino que además organizaron un primitivo sistema de ayuda común para que a nadie le faltara con qué vivir: “Todos los creyentes estaban de acuerdo y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y lo repartían entre todos según la necesidad de cada uno” (Hechos 5:44); en estos años he visto el gran apoyo que nuestra pequeña iglesia brinda hacia hermanas y hermanos que han pasado momentos de grave necesidad: cómo las personas se han organizado para apoyar económicamente o con alimentos, o para acompañar a alguien a una consulta médica, o brindando consejo y escucha, pienso que somos muy ricos en ese sentido pues aún hay hermanas y hermanos que desinteresadamente apoyan y se preocupan por los demás, ¡Esto no lo podríamos hacer si viviéramos de espaldas a la comunidad!

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3. Oramos unos por otros confiados en la promesa de Jesús. Jesús nos ha enseñado que “donde dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18: 19-20) Esta es una hermosa promesa que nos anima a congregarnos cada domingo, y también nos mueve a reunirnos durante la semana sea en la Liga Femenina o en las Células de oración. Cuando estamos juntos y oramos unos por otros, entonces sentimos en enorme poder de Dios quien es más grande que nuestras preocupaciones cotidianas.

Al reunirnos no solo oramos en la presencia de Jesucristo, quien está en medio de nosotros presente, sino que alabamos a Dios, como dice el salmista “Te daré gracias en la gran asamblea, te alabaré ante un pueblo numeroso” (Salmo 35:18), damos testimonio de las maravillas que hace en nosotros: “Contaré tu fama a mis hermanos, reunido en la asamblea te alabaré” (Salmo 22:22), y le damos gracias por el don de la Salvación: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor” (Salmo 116: 12-13) ¡A esto es a lo que llamamos Eucaristía!

Esto es también Liturgia, es decir “Acción del Pueblo”: cuando estamos juntos y realizamos “Plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres y por las autoridades para que podamos vivir una vida tranquila con toda piedad y dignidad; esto es bueno y agradable a Dios nuestro Salvador” (1 Timoteo 2: 1-3).

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4.Aprendemos sobre la Palabra. San Pablo aconsejaba a los Colosenses “Que la palabra de Cristo habite en ustedes en toda su riqueza; enséñense unos a otros con toda sabiduría” (Colosenses 3:16) Una de las maravillas de nuestra pequeña iglesia es que cada domingo, semana a semana, los pastores se esfuerzan en alimentar a la congregación con la Palabra de Dios. Para un pastor este es un trabajo que requiere esfuerzo intelectual pues hay que leer bien cada lectura, armar esquemas, consultar libros, buscar en tomos y concordancias bíblicas, indagar las palabras adecuadas, y finalmente redactar el sermón del domingo o tomar notas claves sobre el tema a desarrollar, ¡Es casi como escribir un capítulo de un libro semana a semana! Pero la labor no acaba ahí, los pastores también dedican mucho tiempo a orar por la congregación y prepararse espiritualmente de modo que la Palabra logre calar en los corazones de los oyentes. “Que la palabra de Cristo habite en ustedes en toda su riqueza” es todo un lema pastoral y una responsabilidad enorme.

También los miembros de la iglesia se preparan para el domingo: las damas de la Liga Femenina leen y reflexionan juntas cada lunes el evangelio que se leerá el siguiente domingo y sobre el cual el pastor predicará, esto hace que puedan mantener la Palabra en sus corazones durante la semana rumiándola atentamente, preparándose para el plato fuerte del domingo. Por su parte, en las Células los miembros de la iglesia y personas amigas que desean participar leen juntos libros enteros de la Biblia durante temporadas más o menos cortas deteniéndose a conversar sobre lo que dice el texto y cómo aplicarlo a sus vidas. En cierto modo la Palabra de Dios late en el corazón de nuestra iglesia. Cada semana se envían por las redes sociales (Facebook, Instagram, Wathsapp) pequeños devocionales que pueden leerse en cinco minutos y compartirse a amigos o familiares para hacer que la Palabra siga fluyendo entre nosotros.

Cuando leemos que “El sábado siguiente se congregó casi toda la ciudad para escuchar la palabra de Dios” (Hechos 13:44) podemos pensar en nuestra iglesia y en la Iglesia Universal donde cada domingo tantos cristianos y cristianas se congregan para alimentarse de la Palabra que transforma sus vidas. Esta Palabra no solo es proclamada y escuchada, estudiada y meditada, orada y compartida, ¡También es cantada! Para nosotros los luteranos el canto congregacional es una de las más bellas formas de responder al Dios que nos habla en su Palabra, por eso cantamos en la iglesia, cantamos yendo a trabajar, cantamos en casa, y cantamos solos o acompañados, como decía san Pablo: “La Palabra de Cristo habite en ustedes en toda su riqueza… cantando a Dios, de corazón y agradecidos, salmos, himnos y cánticos inspirados” (Colosenses 3:16). Dios prometió por medio de Isaías: “Así será la Palabra de mi boca: no tornará a mí vacía, pues realizará lo que me he propuesto y será eficaz en lo que le mande” (Isaías 55:11).

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5. Nos alimentamos con el Sacramento del Pan. En la última cena Jesús instituyó el sacramento del Pan para que los cristianos y cristianas lo comamos, el pan y el vino con el que comulgamos son el cuerpo y la sangre del Señor dados por nosotros para el perdón de nuestros pecados (cf. Lucas 22: 19-20) Martín Lutero explicaba el sacramento del Pan en su Catecismo Menor indicando que “Los beneficios (de la comunión) los indican las palabras ‘por ustedes es dado’ y ‘por ustedes derramada para el perdón de los pecados’. Por estas palabras se nos da en el sacramento el perdón de pecados, vida y salvación; porque donde hay perdón de pecados hay también vida y salvación”, y añade: “Ciertamente el simple comer y el beber no es lo que nos hace tener vida y salvación sino la promesa ‘por ustedes es dado’ y ‘por ustedes derramada para el perdón de los pecados’, estas palabras junto con el comer y beber son lo principal en el sacramento; quien cree en estas palabras obtiene lo que ellas dicen y expresan, el perdón de los pecados” (Catecismo Menor, Capítulo VI, El Sacramento del Altar).

Para nosotros comulgar no implica simplemente una “santificación personal”, ¡Nadie comulga para sí mismo! Al comer del pan y beber del cáliz “Anunciamos la muerte del Señor hasta que Él vuelva” (1 Corintios 11:26); comulgar significa además comernos el mensaje de Jesús para que éste se haga vida en nuestras vidas, es comprometernos con la causa del Reino de Dios; finalmente, es comulgar con todos los que están alrededor de la mesa de la comunión y unirnos como “una sola alma y un solo corazón” (Hechos 4:32); comulgar es también una forma de comprometernos a que no haya más hambre a nuestro alrededor: hambre de pan, hambre de justicia, hambre de paz y solidaridad… ¡Qué gran compromiso supone para nosotros acercarnos a recibir el pan y el vino! Por eso san Pablo previene a los corintios diciendo que “Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y la sangre del Señor. Examínese cada cual y coma el pan y beba el cáliz en consecuencia, pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condena” (1 Corintios 11: 27-29).

Una de las cosas que me gustan de nuestra pequeña iglesia es la invitación a comulgar: ¡La mesa del banquete está servida, nadie se sienta excluido! A lo largo de los años se han acercado a la mesa personas que visitaban por primera vez nuestra comunidad, la mayoría ha expresado luego a algún pastor o algún miembro de la iglesia lo hermoso que resulta comulgar juntos alrededor de la mesa, sin discriminaciones ni exclusividades. ¡Así es el Reino de Dios, y esta mesa es un adelanto del momento en que nos sentemos juntos a la mesa eterna a beber el vino de la vida nueva! (cf. Mateo 26:29) Es grato tomarnos de las manos y orar juntos allí, tras la comunión, y volver a casa reconfortados y nutridos espiritual y anímicamente. ¡Por esto es tan necesario asistir cada domingo al culto, para no privarte del alimento espiritual!

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Una última recomendación: Hebreos 10:25. El autor de Hebreos hace una exhortación a sus lectores/auditores que debemos tomar para nosotros hoy. “… Sin abandonar nuestras asambleas, como algunos acostumbran a hacerlo, sino más bien animándonos mutuamente; tanto más cuanto que ya ven que se acerca el Día”. Ciertamente hay domingos en los que asistir al culto se complica por diversas razones, sin mencionar las ocasiones en que estamos enfermos o en que asistir al culto con la familia, los niños, puede resultar todo un reto en la vida moderna, todo eso es cierto y comprensible. Pero por otra parte una de las cosas que los niños recordarán al hacerse adultos serán las mañanas de domingo preparándose para ir a la iglesia, las canciones de la escuelita dominical, el círculo de comulgantes alrededor de la mesa, la bendición del pastor o la merienda después del culto. Es comprensible que a veces asistir al culto sea difícil, pero no por eso hemos de “tirar la toalla” y decir adiós definitivamente a la iglesia, no puede haber un adiós definitivo. Una querida y sabia hermana comentaba que comprendía a las familias jóvenes a las que se les dificulta asistir al culto con sus niños, durante años ella tampoco asistió porque el domingo era el único día en que podía estar cien por ciento con sus hijos, sin embargo ahora en su adultez mayor es uno de los miembros más comprometidos de la iglesia y sus hijos no se han apartado de la fe.

Otra cosa es preferir la playa, el partido de fútbol, el almuerzo amical, la cama cálida o nuestros propios planes antes que Dios y la comunidad (¡Algunos incluso anuncian que en verano no está en sus planes pisar la iglesia!). Dios no debe tener el último lugar en nuestra agenda ni las sobras de nuestro tiempo, no podemos relegarlo aduciendo que otros intereses personales son más “divertidos”, ni argumentando que nadie nos obliga a asistir al culto ¡Y es verdad! Debemos asistir por convicción y fe viva, no por obligación.

De modo que debemos ponderar lo que nos perdemos al alejarnos indolentemente de la comunidad eclesial cada domingo. Quizá este sea el tiempo de volver nuevamente, dejarse caer en el próximo culto dominical, asomar la cabeza o, más bien, tomar la firme resolución de empezar a congregar nuevamente con asiduidad. ¡Sería maravilloso! y una cosa… Sabes que las puertas de tu iglesia, nuestra pequeña iglesia, siempre están abiertas para recibirte; como solemos cantar cada vez que alguien nuevo llega o que alguien que hace tiempo no vemos vuelve a congregar: ¡Los hermanos hoy aquí nos gozamos en decir “Bienvenido, Bienvenida”, al volvernos a reunir: “Bienvedido”!

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Gustavo M.S – Vicario.

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